Sunday, February 21, 2010

UNA NUBECITA NEGRA



Pequeña conmoción en el ghat cercano a casa: están filmando una película. Nos acercamos para descubrir la cara conocida de Adrien Brody, que es probablemente uno de mis actores favoritos. Afortunadamente los indios no tienen idea de quien es porque si no les sería imposible rodar. Me detengo a charlar unos minutos con un indio de la producción que me informa que la película se llama “The Experiment” y que el director es un gringo, Paul Sheuring. La escena: Adrien está sentado en uno de los pilones a orillas del Ganges; está pensativo, triste quizás, mirando el agua. Lleva un gorrito blanco en la cabeza, como los que usan los musulmanes, una bufanda musulmana también, y una mano vendada. De pronto interrumpe su ensoñación una rubia con unas trencitas, se miran, se abrazan, se dicen algo (la escena está filmada de lejos). Una y otra vez, la misma escena, corte, y las mismas caras compungidas. Hacer cine es una de las cosas más aburridas que existen. Toma veintiséis.
 
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Por la tarde de paseo a Assi Ghat. Leo una parte del diario de Allen Ginsberg de cuando estuvo en Varanasi en el 62: morfina, basura, mierda, y la verga de Peter Orlovsky. A la orilla del río me siento en cuclillas a ver a unos perros devorándole las tripas a un toro muerto, un enorme toro café con unos largos y majestuosos cuernos que apuntan a la vez hacia el cielo y hacia la tierra. Los perros son cinco y esperan pacientemente su turno para excavar en el interior de la bestia. Es probablemente la única carne que comerán en mucho tiempo. Estoy a unos diez metros de distancia, preocupado por la peste, pero al parecer la carne está fresca todavía.
Estoy de mal humor. El viaje por momentos se me sale de las manos, no lo siento mío ya, me siento presa de obligaciones y de responsabilidades y de necesidades que no son estrictamente mías y que no quisiera siempre compartir, y las circunstancias no son favorables: por razones burocráticas se está esfumando el viaje a Bangladesh, y las opciones se reducen a volar a Sri Lanka (demasiado caro, sobre todo los tres boletos de avión), o irnos de regreso a México cuando venza la visa, que es en poco más de un mes.
Pienso esto y otros pensamientos negros mientras frente a mí el río es una extensión casi inmóvil de agua gris, y los cuervos esperan a que la carne se pudra para comérsela. Craa, craa. Hoy el chai es demasiado dulce y los pordioseros demasiado insistentes y vuela sobre mí, omnipotente, el ángel de la desolación. Extiende sus alas, como nubes, y cubre todo.
Volvemos por el río, con un barquero silencioso, Caronte hindú, negro y flaco, que fuma beedis y mira hacia adelante con unos ojos demasiado antiguos. Desembarcamos en Manikarnika ghat, donde las piras funerarias están trabajando al máximo porque el invierno crudo aumenta el número de muertos entre los pobres, los viejos, los enfermos. En pocas palabras un bonito día para estar de mal humor.
Cuando volvemos a casa, al caer la noche, el pobre de Adrien está todavía sentado en el pilón, intentando terminar la escena.

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