Tuesday, February 2, 2010

MAYA



“In Christian thinking the eternal opposites are to forces of good and evil. In Hindu or brahmin thought the opposites are worldliness and the life of the spirit. One can retreat from one to the other. When the world fails one, one can sink into the spirit, the idea of the world as the play of illusion.”
(V.S. Naipaul, A Million Mutinies Now)

Hace mucho que las ciudades occidentales no huelen a nada, y cuando lo hacen se trata siempre de caucho y gasolina quemada. Los olores de ciudades occidentales que tengo en mi memoria son olores de metros: el metro del deefe, el de Londres, y especialmente el de Paris, cuyo olor me reconforta, trayéndome felices memorias de la infancia. Pero al salir a la superficie, una vez fuera de los túneles del subterráneo, nada, tan solo smog, sobretodo en el deefe; son ciudades cada vez más asépticas, inorgánicas, esterilizadas, recubiertas de plástico y celofán. Las ciudades asiáticas, en cambio, como las árabes, tienen cada una un olor particular, no necesariamente desagradable, ni agradable tampoco. Cada una tiene su fragancia única, irrepetible, su hedor, su popurrí de olores dulces y amargos, sutiles como una guirnalda de flores marchitas, y tajantes como el plástico y el estiércol quemados. Y Varanasi, no es ninguna excepción, por el contrario, Varanasi emana un perfume inconfundible y poderoso que me imagino ha de olerse por kilómetros a la redonda, y hasta las capas más altas de la estratósfera. Es un olor ligeramente enfermizo y perfectamente balanceado de origen animal, vegetal y mineral, en distintos puntos de frescura, cocción y descomposición; un olor permanente y omnipresente cuyo equilibrio se rompe solamente al acercarse uno a una de las fuentes de sus componentes individuales, como una pila de basura en llamas, una pared utilizada como letrina al aire libre, un templo, el bazar de las especies, un establo. No desaparece ni por las noches, ni por la mañana, y se compone principalmente de orina y excrementos de, en ese orden, vacas, humanos, perros, y monos (nunca he visto cagar a un mono, se ve que son más discretos que nosotros), especias, hierbas y raíces de olor (cardamomo, clavo, cilantro, mostaza, jengibre, comino), productos devocionales como el incienso y las flores, mantequilla clarificada (ghee), aceite y parafina, keroseno y gasolina (crudos y quemados), carbón, sudor humano y vacuno, tabaco, especialmente en forma de beedis, esos cigarritos de hoja muy baratos, piel quemada por el sol, esencias de flores y aceites de coco y de amla, desagües abiertos, estancados, basura orgánica fermentada, carne humana a las brasas que sube de las piras funerarias, leche y azúcar quemados, frituras varias que surgen de cada pequeño negocio en cada esquina; olores pungentes y dulces, ligeramente marchitos, mohos febrilmente reproduciéndose en los recovecos, a la sombra de los callejones medievales, y el vértigo nauseabundo de los vapores de los carburantes opacando apocalípticamente a un sol cansado.

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Hoy se va Ixchel. Ayer, in extremis, terminamos de grabar una rola trance tribal con un fuerte sabor indio: la voz principal es la de la trompeta (hay también voz y violín), y quedamos contentos ambos con el resultado. Grabar en Varanasi fue un calvario porque no hay un minuto, ni un rincón de silencio en toda la ciudad, y la recorrimos de arriba abajo buscándolo infructuosamente.
A su regreso a Austria la va a terminar de mezclar, junto con otras siete rolas que hizo durante su estancia aquí, y por ahí de enero o febrero me enviará la versión final. Fue un gusto y una sorpresa verla por aquí.

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