Friday, March 26, 2010

THE NAKED APE


Friday 12 March

I can’t help but feel at home in old grey wintry Reading, cycling down to town covered in heavy clothes, feeling the cold wet wind on my face, smiling: I have everything I want from life, and yet some.
I notice the small changes, here and there, shops gone and new ones sprouted in their stead but I make my way like an old horse to smelly alley and have a flap-jack with a cup of crappy English coffee in a Ken Loach set.

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Monday 15 March

Down to London for the week-end to hang out with Danny Boy and his Irish girlfriend, drinking a million pints of ale in pubs all over town, and then Sunday roast with young Ben the filmmaker. Memory lane brings me to Soho to have a cappuccino at Bar Italia with its old picture of Rocky Marciano, sitting out in a surprisingly sunny sunshine, across the street from Ronnie Scott’s and his neon sax.

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Friday 19 March

Heathrow again. I leave bleary England with a warm feeling in my heart, fueled by good friends and a welcome splash of university life. Intelligent people thinking (and bickering) together. Acid Chris and bright and fragile Paola, and an invisible tear shared in silence with Daniela, Goyo standing there between us.
A week of transition. A few days of winter before the hot Mexican spring. Two pages of a diary that mark the end of a trip; the monkey dressed in silk undoes his robes and drops them to the ground: he waves good-bye. He is standing in front of you, perfectly naked.

Thursday, March 25, 2010

AND OFF WE GO...


Este viaje está a punto de terminar. Hoy dejo esta isla con su curiosa composición étnica formada por musulmanes, gitanos de mar, y chinos thai que profesan la mezcla antigua de taoísmo y confusionismo, pero cuyo grupo más notorio son los suecos, que comprenden la casi totalidad de la presencia extranjera (alguien mencionó 80%), que en temporada turística es mayoritaria a la local. Tienen productos suecos en las tiendas, desayunos suecos en los restaurantes, periódicos suecos y hasta dos escuelas avaladas por el gobierno sueco para que las familias vengan a pasar el invierno y los niños no pierdan clases. Curioso ejemplo de globalización.
Pero dejo atrás a todos estos musulmanes suecos taoístas y me voy con los gitanos, a seguir mi camino, y después de un par de horas de viaje en colectivo, incluidos los dos transbordadores que unen a la isla con la tierra firme, llego hasta la polvorienta y caliente estación de autobuses de Krabi con suficiente tiempo para comer el arroz frito con verduras número mil. El autobús para Bangkok sale a las 17:20, y serán doce horas de sana diversión. Estoy empezando a estar harto de tanto movimiento.

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El autobús nos dejó en la estación a la horrenda hora de las cuatro de la mañana, como cuando llegué a Teherán. Parece que lo hacen a propósito porque tomé el autobús que salía más tarde con la esperanza de llegar con luz. Sin despertar del todo arrastré mi mochila y mi esqueleto hasta la banca más cercana y me regalé dos horas de sueño más, en lo que la ciudad despertaba. Luego tomé el 511 hasta Banglamphu y volví al Riverside, que me ha hospedado ya tres veces. Me gustan las grandes urbes temprano por la mañana, antes de ser avasalladas por el calor, la gente y el tráfico.
Es mi último día en Bangkok, mi último día en este curioso país, dictadura militar alegre, monarquía budista de rey bizco, palacio de la pureza y de la perdición, todo al mejor postor. Sistema económico, político y social que podríamos llamar Dictadura Tropical Monárquico-Liberista. Hago mis últimos trapicheos en Khao San Road: en una librería de segunda mano cambio mi inútil guía de Tailandia (la Lonely Planet sirve hoy en día sobre todo para saber donde NO hospedarse) por dos libros que prometen, uno de Roald Dahl, mi noruego-inglés favorito, y otro del finlandés-finlandés Arto Paasilinna. Aparte de eso el día es una larga siesta, batidos de mango de Manila, un café helado a la sombra de los árboles, junto al río. Estoy leyendo, a cuenta gotas, para que no se acabe nunca, “L’usage du monde”, de Nicolas Bouvier, quien hizo casi el mismo viaje que yo, de Europa a India, pero cincuenta años atrás, con su amigo Thierry, y a bordo de una Citroën. Camino, como el mío, moldeado por las circunstancias geo-políticas, a la vez tan similar y tan profundamente distinto. El tiempo es siempre, ineluctablemente, el principal factor del cambio. Bouvier habla con misterio de una Armenia que no pudo visitar y que estaba a tan solo ochenta kilómetros de distancia, detrás de una cortina donde el camarada Stalin, moribundo y paranoico, gobernaba aún con puño de hierro; y habla también de una Tabriz feliz que bebe dulce vino blanco sin la mirada severa de los mullahs, un Irán anterior a la revolución islámica, y más importante aún, anterior al boom petrolero, y que yo puedo entrever tan solo con los ojos de la imaginación. Dos artistas vagabundos, el escritor y el pintor, ambos, como todo buen artista, un poco músicos también (guitarra y acordeón que son sus armas secretas, sus tarjetas de presentación, sobre todo en casos en los que no hay más lenguaje común. “La música nos protege”, Stefano dixit.), moviéndose en una dirección, pero sin programa fijo. Me hubiera gustado leer ese libro antes, o durante mi travesía, mientras estaba en Irán, quizás, pero luego pienso que su lectura hubiera podido influenciar mi camino, condicionar inconcientemente mis pasos, o mis pensamientos. Mejor así, dialogar con ellos después del viaje, como viajeros que se encuentran en una taberna y que, inspirados por una botella de vino (o de vodka armenio), se cuentan sus historias. Historias que regadas por el vino, y por el tiempo, crecen, reverdecen y dan frutos que uno no se esperaba. Historias hechas de memoria, de realidad, de ficción y de poesía. Y ya que estoy celebrando a mi compañero de viaje Nicolas Bouvier (1929-1998), quiero recordar también a V.S. Naipaul y a Orhan Pamuk, mis dos extraordinarios guías que me ayudaron, como auténticos Virgilios, a atravesar Asia central, a estar, simplemente, “entre creyentes”, y a entender cada vez más el mosaico barroco que es la India. Como dijera Isaac Newton.

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10.03.10

Por la mañana todo Khao San Road tiene ese olor acedo de un bar que vuelve a abrir sus puertas después de una noche de sudor, tabaco y alcohol. La gente, thais y farangs por igual, se pasea como zombies, con ojeras y caras de crudos. Algunos beben red-bull, y los más cerveza. Yo lo único que quiero es un full English breakfast: mi mochila está hecha y tengo unas horas que matar antes de dirigirme al aeropuerto.

and off we go…

Wednesday, March 24, 2010

UNA ISLA


“Fainéanter dans un monde neuf est la plus absorbante des occupations”.
(Nicolas Bouvier, L’usage du monde)

Hoy mi visión de esta isla, y del mundo, es más optimista. Después de un baño en el mar y un café fuerte “hecho en casa” (sigo bebiendo el café indio que compré en Bombay), alquilé una moto a Mr. Nong, el pequeño musulmán que me alquila la cabañita decrépita en la que vivo, junto con un ejército de termitas y un ratón que comparte sin miramientos mi comida (como dice el letrero, “Chill-out House: cheap rooms for cheap people”), y me puse a recorrer esta isla verde en forma de haba. Es cierto que es turística y que hay partes arruinadas por la especulación inmobiliaria, pero es una isla grande, con cerca de 30 kilómetros de punta a punta, zonas de selva y cerros y playas y manglares y esteros en estado aún salvaje. Subo con mi moto al punto más alto de la isla y veo ante mí un mar salpicado de islas, un archipiélago en apariencia interminable. Nosotros los que venimos de México no estamos acostumbrados a las islas y nos sorprenden: tenemos tan pocas que las contamos con los dedos.
Después de tantos meses estoy motorizado, como una especie de Nanni Moretti tropical, con mi vespa y mi ridículo casquito negro (aquí, como en todas partes, los machos viajan sin casco), escribiendo todo en mi “caro diario”.
Sobre mi corcel de hierro llegué primero a Ban Ko Lanta, el antiguo puerto principal de la isla, de la época en que en lugar de turistas había piratas, y llegaban aquí a protegerse de las tormentas las embarcaciones mercantes árabes y chinas: un pueblo hoy semi-fantasma que tiene su encanto. De ahí seguí hasta el extremo sur de la isla, hasta llegar a Ban Sangkha-U, el pequeño asentamiento de los Chao Leh en la isla de Lanta. Los Chao Leh se llaman a sí mismos “los hombres del mar”, y son conocidos también como gitanos del mar. Son una comunidad o tribu nómada de origen thai que está presente en todas las costas del sureste asiático, y que hace poco, por cuestiones cómo no geo-políticas y económicas, ha tenido que volverse sedentaria. Aunque no dejan las islas, y en las islas no se alejan de la costa, y en la playa tienen siempre listos los barcos. Y yo brindo por ellos.
Y pensé que me iba a ir de Tailandia sin ver a un elefante, cuando en el camino de regreso, por una pequeña carretera secundaria en el centro de la isla me encontré caminando hacia mí a un elefante y a su mahout. Esos animales majestuosos e inmensos que fueron alguna vez transporte de reyes e insustituible fuerza de trabajo (antes del Mercedes Benz y los bulldozers), condenados ahora al espectáculo para turistas. La mirada de ambos al pasar era triste, y supongo que la mía también.
Al volver a la playa ví la puesta del sol al revés, parado de cabeza, y cuando me enderecé pasaron una señora musulmana y su hija, ambas con su hejab y cargadas de ostiones que habían estado recolectando entre las rocas. La señora me dio a probar y le dio mucho gusto que me gustaran. Yoga y ostiones, una combinación ganadora, como el queso y los chiles jalapeños.



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Recorrí otra vez el sur de la isla, pero esta vez en su parte oeste, donde se encuentra la única zona protegida como “parque nacional”, aunque lo que la protege realmente son los ocho kilómetros de terracería, curvas y pendientes que parecían el Paris-Dakar, con todo y piedras, hoyos y bancos de arena, que enfrenté con mi tan aguerrida como inadecuada vespa. Los señores de los bienes raíces se están acercando, y al parque nacional lo van a convertir en el “Parque Agua Azul”. Pero eso será mañana porque hoy sigue siendo un lugar hermoso y solitario, lleno de esa energía que solo la naturaleza intacta tiene. Ahí ví por fin a los monos tailandeses, tan distintos de los indios. Serios, con cara de periodistas de deportes, me parecieron los habitantes más sensatos de la isla. Como siempre, apareció un perro para hacerme compañía. Negro y peludo y silencioso, fue conmigo a pasear entre la selva y a recorrer promontorios, y cuando fui a nadar me esperó sentado en la arena junto a mis cosas. El faro blanco y la vegetación me recordaron a Grecia, a la que echo de menos con pasión balcánica. Allá es un placer después del día de playa la gran “tavolata” de pescado frito, ensalada, aceitunas, feta y tsatsiki, bañados con retsina fría y barata, mecidos por una música triste y alegre, llena de carácter. Aquí cuando llega la noche me envuelvo en mi ostión: tengo poca paciencia para las hordas de bebedores vikingos y sus siervos tailandeses prêt-à-porter, sus margaritas adulteradas y su música desechable.


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Hoy he de comerme mis palabras: anoche fui a escuchar a un grupo en vivo en un barecito por la playa, el “Irie”, cuya música era una mezcla de reggae, funk y jazz, y para mi alegría había entre los músicos dos saxofonistas y una trompeta. El trompetista, el único extranjero de la banda, era un alemán de Hamburgo llamado Hans que me prestó su pocket-trumpet para tocar con ellos un rato. Buena música y buena compañía de hippies y borrachos. Al volver a mi cabaña, tarde por la noche, me dí el gusto de un baño en un mar fuerte, tibio y noble, cubierto de estrellas.


Tuesday, March 23, 2010

JUNGLE FEVER


Hat Yao, 03.03.10

The mosquito is buzzing in my right ear, only in my right ear. At one point he even goes in and I have the terrible feeling that in trying to fish him out I have pushed him further in. My temperature is very high and my glands are swollen. So much for Ella’s theory that I get sick when I’ve been with her too long and get well when she’s gone. Maybe it works the other way around too and now I will only get well when I see her again. It’s hot and sticky and I’m having one feverish thought after another, thoughts that I am too weak to put in paper. Maybe I’ll remember some, maybe I won’t. The mosquito is breaking my balls but I don’t want to use the coil, it makes me sicker, or the mosquito net, there is no air inside. I go paranoid. Maybe it’s malaria. And to make things worse my mother’s birthday came and went and I didn’t call her or sent a message. First time I’ve missed it. There is no phone and no internet in Hat Yao. I even walked a couple of kilometers down the road in a fever to a place that might have had internet. It was a private home and I was told there was “no signal”, but maybe the kids just didn’t want to interrupt their video-game. I bought some aspirin instead. I need to rest. Even though this is no island, I feel isolated.

Hat Yao is a muslim village, mostly of fishermen, and I hear a soft, melodious call to prayer, quite unlike the powerfully assertive voices of the muezzin in most muslim countries, perhaps because although they are a majority here, they are still a minority in a buddhist country, or simply because they are a gentle people. One can tell a muslim shop from a buddhist from the clock on the wall with its image of Mecca or the name of Allah, and from the fact that they don’t serve beer, or pork. Everything is peaceful, but one mustn’t forget that there is an ongoing tension that was sparked by a small insurrection and fuelled by a full-fledged repression.
This whole region is an important centre for rubber production, real rubber, from trees, and although the interest and prices dwindled with the arrival of petroleum substitutes, the trees are still there and may soon make a comeback. The other interesting produce is cashew nuts, which I had never seen fresh before. The actual nut forms bellow a bright and tempting and sweet-scented fruit in the shape of an upturned apple. It looks edible so I took a bite but found it strangely bitter, and too sharp for my taste. The nut itself cannot be eaten raw, and must be roasted and cleaned first. Across from the mainland, very close when the tide is low, is the island of Ko Libong, home, they say, of the dugong, one of nature’s most fascinating creatures. Sadly I’ve heard that not one has been seen in ages. Muslims, like jews, are not very good with animals: they consider some impure, and all the others they eat. None of course are holy.

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I left Hat Yao at noon today feeling much better. Went by minivan to Trang, and from there in a second minivan to Ko Lanta, which we reached before sunset. We were twice on a ferry, first from the mainland to Ko Lanta Noi, which is Ko Lanta Yai’s “mangrovian” sister, and from there to our final destination which, as far as I’ve seen, is Playa del Carmen all over again. I think I’m just not cut-out for these places (or maybe I just need some friends to hang-out with, or my girl).

Thursday, March 18, 2010

OLA QUE VIENE, OLA QUE VA


Con emoción casi infantil encuentro hoy, en una librería de usado en Bangkok, “L’usage du monde”, de Nicolas Bouvier, libro que había adquirido en mi mente una cualidad fantástica, imaginaria, como una ave mitológica a la que seguimos buscando sin esperanzas de encontrarla, simplemente por el placer de la búsqueda. Pero hoy ahí estaba, sentado en su lugar entre otros libros, anónimo, discreto, esperando que alguien lo comprara. Pequeño, en condiciones prístinas, en su edición de la Petite Bibliothéque Payot. Y entonces entré yo y cumplí su destino. Me lo vendieron por 140 baht (cuatro dólares), menos 40 que me dieron a cambio de Perelandra, de C.S. Lewis, al que castigué por haberme desilusionado, echándolo de mi jardín de las delicias y dejándolo a su suerte. Espero que encuentre un lector a su altura. A quien sí atesoro sin vergüenza es a Henning Mankell, el novelista sueco que produce una pequeña joya tras otra desde su refugio: el género policial. Anoche terminé de leer “Antes de la helada”. Leí las 470 páginas en 48 horas. Me encanta la profundidad de sus personajes, sus descripciones de la vida provincial en el sur de Suecia, y los estados de ánimo que unen a ambos, ligados sin piedad por el clima. Y me gusta su manera de narrar, mucho.

Hace unos días hubo un terremoto fuerte en Chile, de 8.8 grados en la escala de Richter, y muy aparte de los daños materiales y humanos que sembró en Chile, aquí en Asia se hablaba de las posibilidades en consecuencia de otro tsunami, aunque al parecer hubo solamente oleajes más fuertes y altos de lo habitual en Hawaii, Japón, y otros archipiélagos del Pacífico sur, sin llegar a causar destrozos. No puedo sino recordar, con un poco de aprensión, que el tsunami más devastador de la era moderna golpeó la costa y las islas de Tailandia, hace apenas seis años (2004). Estoy pensando esto mientras espero el tren para Trang en la estación de Hua Lamphong. Trang es el punto desde el cual he de explorar las costas del sur de la península, muy cerca ya de Malasia. Lo que me tranquiliza es pensar que el epicientro de aquél tsunami era aquí cerca, en los alrededores de la isla de Sumatra, en Indonesia, mientras que este terrmoto tuvo su epicentro en la zona central de Chile, es decir a casi 20,000 kilómetros de distancia.
El tren partió a las 18:20 y mi compañero de compartimiento es, por curiosa casualidad, nuevamente un monje, menos gordo y resoplón, pero igual de silencioso. Supongo que es porque no habla inglés, pero en todo caso esos aires de santidad tampoco se prestan mucho a la plática. Ahora son las 20:30 y estamos pasando por la estación de Nakhon Pathon. Serán en total unas 17 horas de viaje, pero tengo una buena cama y hay toda una noche por delante.

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Me despierto cuando estamos pasando Surat Thani, en el golfo de Tailandia, que es parte del mar de la China del Sur. Faltan tres o cuatro horas de viaje todavía hasta Trang, aunque decido para mis adentros no bajarme del tren en Trang, sino seguir hasta el final del trayecto, un lugar llamado Kantang, en el extremo sudoeste de Tailandia, del lado de la península que da al mar de Andamán en el océano Indico. Estamos mucho más al sur de lo que imaginaba, 7° de latitud norte, que es probablemente lo más cercano que he estado nunca al ecuador, sin contar los viajes en avión en los que lo he sobrevolado. Tailandia es pequeña, pero muy larga de norte a sur, y lo que acabo de recorrer en dos noches de tren entre Chiang Saen y Kantang es el equivalente americano de ir desde Guadalajara hasta Bogotá, más o menos. Al llegar a Kantang crucé en un ferry el delta del Khlong Trang, y del otro lado un tipo sonriente que no hablaba ni una palabra de inglés me llevó en su moto, con la mochila en la espalda, y sin casco, los 21 kms hasta Hat Yao (hat significa playa). No quiso nada a cambio, más que la cerveza que le ofrecí y que tuvimos que cambiar por una coca-cola porque el chiringuito era de unos musulmanes, que aquí tan cerca de Malasia son mayoría.
A pesar de que el día está nublado la costa es hermosa, tropical, con esas extraordinarias formaciones rocosas típicas de Tailandia, antiguos arrecifes de coral convertidos en montañas, y una serie de islas salpicando el horizonte, unas pequeñas y otras grandes, unas cercanas y otras lejanas: Ko Muk, Ko Kradan, Ko Libong (ko significa isla). Estoy tomandome un café, sentado en la terracita afuera de mi bungalow. Frente a mí el mar, una barca que pasa a lo lejos, un par de perros amarillos y adormilados, y un viejo pescador de piel muy morena con unos tatuajes hechos a mano que apenas se ven. Hice mi apuesta de venirme a un lugar lejano y poco conocido con la esperanza de huír del turismo de masa y valió la pena.
Por todos lados hay letreros indicando rutas de evacuación y dando instrucciones en inglés y en thai en caso de terremoto y tsunami. Esta fue la zona más devastada y ha dejado huellas en el paisaje y en la gente. Viendo el mar tan tranquilo no puedo ni imaginarme una ola de quince metros.

El día llegó a su final. Ha subido la marea, y estoy con los pies en el agua salada y la cabeza en las nubes, las mismas que envuelven a la luna llena como un anillo luminoso perfecto. Estoy rodeado de palmeras a mi espalda y de un mar inmenso que es uno con el cielo y que canta un mantra eterno pero siempre distinto, ola que va, ola que viene, ola que va, ola que viene.

Wednesday, March 17, 2010

NOTICIAS DEL NORTE



Tengo mi boleto en la mano, y en menos de una hora salgo en autobús hacia Chiang Rai, la provincia más septentrional de Tailandia: el famoso “triángulo de oro”. Triángulo porque se juntan tres fronteras, Tailandia, Birmania y Laos, y de oro porque era una mina de oro, uno oro en forma de florecitas rojas conocidas como amapola, poppy, papavero, celebradas en todas las lenguas con un nombre hermoso, juguetón, y perseguidas, atacadas y defendidas por ejércitos hasta la muerte: flor de ensueño, flor de dolor. Flor roja como la sangre.

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Es lunes por la noche en Chiang Rai y mañana me voy, más al norte todavía. En Chiang Rai conocí a un grupito simpático de viajeros solitarios con los que pasé el tiempo jugando jenga y tomando cerveza en el “Teepee Bar” del Señor Tuu, un personaje increíble, un thai flaco de larguísima cabellera y con la capacidad de transformarse por arte de magia en todos los grandes rockeros del mundo. Un par de días de rock n’ roll (y sobre todo de AC/DC) en el lugar menos esperado.

Me descubro con pocas ganas de escribir, poco inspirado por este país y probablemente cansado ya de viajar, de cambiar de cuartos, de lavar mis calzones en los lavabos de baños comunes al final de un pasillo, de escoger cosas al azar de menús en lenguas incomprensibles. En mi corazón este era un viaje por tierra a la India y cuando me subí al avión en Bombay de cierto modo terminó, y esto es un corolario, un apéndice, un epílogo largo y un tanto desganado al que probablemente deba poner un punto final.

Mi desinterés por Tailandia tiene su raíz en la aparente falta de densidad cultural. Y digo aparente bien a propósito porque no es densa para mí, desde mi punto de vista, puesto que no conozco el lenguaje, los códigos, ni la simbologia. Hay tanto que no entiendo y me resulta impermeable. Pero también es posible que sea una cultura transparente, tan superficial como su música pop, su utilización de vestimenta y formas occidentales, y su aplicación de los rituales budistas. En fin, el caso es que dirijo mi atención hacia otras direcciones y leo con una especie de ternura, y de hermandad, los pequeños ensayos de Orhan Pamuk sobre algunos de sus, y mis, escritores favoritos: Dostoyevsky, Camus, Nabokov, Borges, Rushdie. Ensayos que no son para nada académicos, sino profundamente subjetivos, personales. Pequeños homenajes a aquéllos escritores que con su arte y su inteligencia se han vuelto nuestros maestros, nuestros amigos, y son responsables en cierta medida de quienes somos. Autores, como dice Pamuk, que han dado forma a nuestra alma. No sería difícil, en efecto, elaborar una autobiografía literaria, en la que Pamuk se ha ganado ya un capítulo.

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Llegué a Chiang Saen a las tres de la tarde y de pronto me ví catapultado a otra realidad, y mi corazón dio un pequeño vuelco de alegría. Ante mí el majestuoso río Mae Khong (majestuoso pero muy seco, cortesía china), y del otro lado la savana salvaje de Laos. Estoy ahora sí en el corazón de Indochina, en un antiguo pueblo de frontera, con una historia de más de dos mil años, lleno de ruinas de viejas pagodas, con recuerdos de las dominaciones birmanas, khmer, y lanna, la mítica civilización del “millón de arrozales”. Pero Chiang Saen es sobre todo un pueblo adormilado, una Comala siamesa, en la que ya no hay letreros en inglés ni franquicias (con la excepción del omnipresente Seven-Eleven), y los turistas somos franca minoría. Me instalo en una pensión al lado del río, un poco fuera del pueblo, “Gin’s Guesthouse”, y para mi alegría Gin y su marido me dan una cabaña al fondo de un hermoso jardín lleno de árboles de lichi, guanábana y mango, toda para mí. El señor es un encanto y adora sus plantas y sus árboles y habla de ellos como si fueran las más sublimes de las joyas. Y lo son. Lleva colgado al cuello un buda de piedra en relieve enmarcado en oro, antiquísimo, que le dio al morir su abuela. Se respiran otros aires en Chiang Saen, y una gran paz y tranquilidad.
Caminando entre la pensién y el pueblo me encuentro entre las ruinas de una pagoda un pequeño nicho dedicado a Ganesh, bien cuidado, con sus flores, su incienso y sus velas, y un pensamiento lleva a otro y termino pensando en como Indochina es un término geográfico, pero también cultural, y no solo porque el budismo nació en India, sino porque estas tierras fueron en su momento hinduistas. Hoy en día los brahmines, una pequeña minoría, siguen teniendo un papel importante en ciertos rituales, y no es raro encontrar estatuas de Brahma, Ganesha, o Maha Devi, elementos perfectamente amalgamados con el budismo tailandés (hay que recordar que el budismo nace como una reforma, o herejía, hinduista, de la misma manera que el cristianismo surje del judaismo). Ese mismo sincretismo sucede con el Ramayana, que es la épica nacional tailandesa, contada e interpretada de modo sui generis. Hanumán, el dios de los monos, es un héroe queridísimo, y mientras que para los hindús es un ejemplo de ascetismo, para los tailandeses es un travieso seductor; y no sé si tenga que ver, pero los reyes de Tailandia llevan el nombre de Rama (y puestos a hacer conjeturas uno de los principales bancos es el banco de Ayudhya, y Ayodhya, con o, es la ciudad natal y capital del mítico reino del dios Rama).
La Tailandia de los turistas me deja frío, pero esta Indochina, en cambio, está empezando a entusiasmarme.

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(DOS IMAGENES DE KHUN SA)

Esta mañana alquilé una bici y pedalée hacia el norte, siguiendo el curso del Mae Khong (Mae significa río), doce kilómetros hasta el Sop Ruak, el punto exacto en el que se juntan los tres países, y donde el río Sai desemboca en el Mae Khong. La provincia china de Yunan está a pocos kilómetros al norte, y Vietnam a unos cien hacia el este. Este es verdaderamente el corazón geográfico de Indochina, y debe su fama a que una vez fue el centro mundial de la producción y el tráfico de opio y de heroína, especialmente durante los sesenta y setenta, es decir mientras duró la presencia americana en Vietnam, qué casualidad. Y más casualidad aún es el hecho de que ahora el centro mundial del opio está en… Afganistán. Pero, ¿no será qué…?
No cabe duda de que los americanos siempre han sido buenos hombres de negocios.
En el triángulo de oro hay, aparte de una vista espectacular sobre el valle entre los dos ríos, una antigua pagoda budista, un millar de puestitos-trampa para turistas, y un pequeño pero interesante museo del opio lleno de objetos fascinantes y de parafernalia relacionada con la producción, tráfico y consumo del opio y de la heroína.
Son las dos de la tarde cuando emprendo el camino de regreso, sudando como un cerdo en una sauna, con la camiseta en la cabeza a manera de turbante. Voy buscando un lugar tranquilo para darme un baño en el río y comerme el enorme mango de Manila que llevo en la mochila. Miro a mi alrededor y pienso con un ligero escalofrío que este era, hasta los años ochenta, el territorio en el que reinaba Khun Sa, el autodenominado “Príncipe de la Prosperidad”, el más grande narcotraficante de todos los tiempos, y el hombre más buscado por la CIA, el FBI, la DEA y la Interpol. Nacido en 1934, mitad chino y mitad shan, Khun Sa no conoció fronteras y sus tropas operaban igualmente en Birmania, en Laos, Tailandia, e incluso en China, donde aprendió el arte de la guerra durante la guerra civil, luchando del lado del Kuomintang de Chiang Kai-Shek. Le gustaba bromear y decía que cuando la DEA pagaba al gobierno para capturarlo, el simplemente les pagaba más para que lo dejaran tranquilo, e insistió siempre en que si los gringos querían terminar con el tráfico de heroína, lo único que tenían que hacer es comprarle la producción a un buen precio. Tiziano Terzani lo visitó y entrevistó en 1984, encuentro que narra en “Un indovino mi disse”. Cuando los vientos cambiaron Khun Sa se “entregó” al gobierno birmano, sabiendo que no tenía tratado de extradición con los Estados Unidos, y vivió ahí tranquilo, cuidando de sus negocios, hasta su muerte en 2007.

Tuesday, March 16, 2010

CHIANG MAI


El expreso de Chiang Mai Salió a las diez de la noche pasadas de la estación de Hua Lamphong. Es un tren antiguo, casi tanto como los indios, pero más limpio, y las couchettes de segunda tienen sábanas y almohadas y lamparitas individuales para leer. Son cuatro por compartimiento y aunque hace muchísimo calor los ventiladores rotatorios son suficientes. Aún así duermo casi desnudo.
Son cerca de quince horas de viaje y me despierto bien descansado como a las ocho de la mañana y voy a desayunar al vagón comedor. La comida es malísima pero lo hago por el placer del vagón comedor más que otra cosa, por ver el paisaje desde una ventana abierta, y por la nostalgia del tren de Guadalajara al deefe, o a Guaymas, o de ese viaje con los golfos de Santiago a Puerto Montt. El cielo está nublado y hay una densa neblina por lo que la mañana es fresca. El paisaje es tropical, no muy distinto del que veríamos yendo a la costa en México, y la única diferencia aparente es la gran cantidad de bambú; pero la latitud es esa, hemos de estar cerca de los 18°de latitud norte, algo así como Oaxaca, o Senegal. En el tren viajamos sobre todo extranjeros. Me imagino que los tailandeses viajan en avión, autobús, coche, o qué sé yo (o no viajan), y la música en el vagón comedor es una mezcla de pop-thai (tan horrible como el pop chino y japonés) y country-western americano, y con el rechinar del tren sobre los rieles y los meseros thais en sus uniformes blancos, me siento como en una película asiática de serie B. Nomás falta Jackie Chan.

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Chiang Mai es una pequeña ciudad, agradable y llena de historia, a los pies de unas montañas que pertenecen a las faldas sur-orientales de los himalayas. Chiang Mai fue el punto más meridional de la ruta de la seda, y a sus bazares llegaban caravanas de caballos, mulos, camellos y elefantes a comprar, vender e intercambiar mercancías, entre las que destacaban la seda y el opio. Hoy en día sigue habiendo seda en abundancia, pero para el opio hay que ir un poco más al norte, al famoso “triángulo de oro”, especialmente en su lado Birmano (o a Afganistán y Pakistán). Chiang Mai es, si se puede, más turística aún que Bangkok, y paso horas recorriendo la ciudad en busca de una fonda que venda unos fideos auténticamente locales y no a precios y sazón para turistas, con grandes letreros en inglés. Todo está diseñado para el turismo “cool” de gringos que ven “Animal Planet”, de australianos que beben una cerveza tras otra, y de europeos a los que les parecen exóticos y baratos los tianguis más insulsos. Estoy empezando a entender que así es Tailandia, y probablemente todo Indochina, con la excepción de Birmania (que tiene otros bemoles, mucho más graves). Es un país preparado para satisfacer las necesidades y los deseos del turista medio de cualquier parte del mundo; un país prevalentemente urbano y moderno, en el que los paseos en elefante, los safaris y las visitas a las comunidades tribales son bonitos shows preparados para los turistas, que entre sus necesidades tienen aquélla de lo “exótico”. Creo que en un par de días seguiré mi camino hacia el norte, buscando en la frontera con Birmania y con Laos, y en las míticas aguas del río Mekong, algo de ese espíritu de aventura que había guiado, hasta ahora, este viaje.

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Me despierto tarde y presa del hastío, pero encuentro un parquecito y paso la mañana haciendo yoga y tocando la trompeta, y comienzo a hacer las paces con este país cuyo único pecado es el de no satisfacer mis expectativas. El síndrome del que sufro es el de estar buscando a la India donde ya no está, y por la India quiero decir una civilización pre-moderna, orgánica, con una cosmología no capitalista-occidental, y Tailandia, como veo en unas fotos expuestas en Wat Phra Singh, el templo principal de Chiang Mai, estaba “occidentalizada” ya en el lejano 1953. Se ve por como iba vestida la gente. El cómo y el porqué de esa súbita modernización son un misterio para mí, pero un hecho de todos modos. Aquí viene la gente para disfrutar del “lujo asiático” a precios asequibles, para hacerse dar un masaje tailandés (con o sin final feliz), para cenar en buenos restaurantes, y tomar cocteles en un bar. Yo, en cambio, busco fielmente y con minuciosidad todas las señas y huellas de una Tailandia más primordial, no cecesariamente menos moderna pero sí menos globalizada, y cada que encuentro una, pruebo una pequeña alegría en mi corazón y la celebro como una victoria de la heterogeneidad.

Monday, March 15, 2010

SUNFLOWERS


I spend another day just hanging out around the old neighborhood, not feeling up to facing the crowds the traffic the noise the heat of Bangkok. The money question is solved so I treat myself to a big plate of red curry with tofu and rice and a bottle of Chang beer, pretending I am not just one more farang. I have no patience for blond tourists with tattoos and dreadlocks and thai girls in hot pants and high-heels. It’s all too vulgar, too immediately forgettable, and I hide myself head-first in the sand, like an ostrich. That’s what I would tattoo on my chest: an ostrich. My power-animal: he who hides his head in the sand. The good thing is I leave Puerto Vallarta tonight, on the ten o’clock sleeper. But then of course there is no guarantee that Chiang Mai will be any better. Once you sell your soul to the devil he never gives it back. And I’m afraid Thailand sold its soul to the devil during the Vietnam war, and the old mysterious kingdom of Siam is only a memory and a dream. But I will slowly adapt to the beer drinking and the pool playing and the sweating in the sun on some beach. We are flexible creatures. The fault is of course equally of Faust and the Devil, for pacts take more than one wilful participant (it takes two to tango), and what I hide from in shame is not Thailand, but the warped relationship between Thailand and us “western” foreigners. The thai people I have encountered outside of the tourist industry I have found to be friendly and warm and generally happy and serene, and soon I hope to pull my head out of the hole in the sand to look around in a new spirit.

*

Ever since Ela left I have been suffering wounds, cuts and bruises and blisters, mostly on my two legs and feet, as if my body had found a way to mourn her absence in its own little martyrdom of blood & pus. The blisters on my feet from the new sandals are the stigmata and then there are the scratched insect bites and the bruises on my left shin and right knee where I (un)consciously bang myself against doors and furniture, or protruding nails, whereas the crown of thorns is still inside my fingers, the steep penalty payed for the romantic gesture of picking flowers in the dark of night. Every waking moment I am reminded of the pain, and before a wound has healed a new one is there.

Saturday, March 13, 2010

HAPPY TOGETHER


Para Babu.

“Imagine me and you…”
(The Turtles)

Hoy me desperté echando de menos a Babu. Echando de menos el ruido y la energía desenfrenada que desata por las mañanas, como un torbellino, esa misma energía de la que, admito, necesito también a veces un descanso. Hace seis meses que estamos juntos, todos los días, a todas horas: nada para nosotros los nómadas de esa obligada separación oficina-escuela. La nuestra es una relación de tiempo completo.
Babu y yo tenemos algunos rituales que nos gusta celebrar, rituales sencillos, como caminar por la calle o la playa de la mano, hasta que de pronto se siente “niño grande” (o “Spiderman”, que es un sinónimo) y se suelta; entonces le digo “a ver quien llega primero”, y hago como que voy a empezar a correr: Babu sale corriendo y no se voltea hasta que se ha cansado, y cuando lo alcanzo me vuelve a agarrar de la mano, en silencio, como si nada. Dentro del mar Babu está siempre emocionado y pega chillidos que son una mezcla de alegría y de terror, y cuando siente que sus pies no tocan ya la arena se aferra a mi cuerpo, a cualquier parte (sus pies en mis rodillas, sus rodillas en mi cintura, sus manos en mi cuello) con desesperación, y murmura “papá, papi, papá”, palabras que surgen desde el fondo de su instinto primordial y de su intuición, puesto que nadie se las ha enseñado, y designación que acepto orgulloso, con una sonrisa y una ligera inclinación de la cabeza, como si un rey me hubiera nombrado caballero. El sigue pataleando y yo intento soltarlo para que nade, aunque sea un poco, y lo azuzo diciéndole que menudo pirata va a ser si tiene que ir pegado a mí, pero no hay manera, ni más remedio que lanzarlo de clavado y verlo acercarse otra vez de perrito. Una vez en la arena jugamos al toro y al torero, toreándonos por turno hasta que Babu se cae de lo mareado entre risas de mono aullador. Pero pocos rituales le gustan tanto a Babu como el de ir a hacer pipí juntos, a un lado del camino, contra un árbol, en el baño o donde sea; me grita “espérame!”, y corre hasta ponerse a mi lado y entonces vaciamos juntos nuestras vejigas, con grandes suspiros de satisfacción. Me gusta verlo sentado en el tren mirando por la ventana en el silencio más profundo, hipnotizado por el paisaje fluctuante, y por unos instantes veo el mundo una vez más a través de sus ojos. Babu está creciendo a pasos de gigante y me siento contento de ser testigo y parte de su florecimiento, de abrirle posibilidades y sí, de ponerle límites también, de tratar de responder a sus preguntas sobre la muerte, de ayudarlo a entender que si añadimos un coco a dos cocos tenemos, sorpresa!, tres cocos, y sobre todo de verlo volar cometas, un arte sofisticado y sutil que yo no he podido dominar jamás, y para el que él tiene un don natural. “Fly kite!”, grita en éxtasis en su inglés de pequeño indio, y un día cuando le pregunté qué erra lo más importante en el mundo para él, contestó sin titubear: “Las cometas”, y cuando cruelmente insistí en que qué era más importante, si Mu (su inseparable oso de peluche), Ale (su madre), o las cometas, la respuesta volvió a ser la misma. Yo no puedo sino imaginar la increíble sensación de libertad y de poder sobre los elementos que significa para un niño de tres años volar una cometa a más de cien metros sobre la tierra, desfiando al viento, viéndola atravesar el horizonte infinito iluminada por el sol, unida a tu mano por un hilo finísimo, casi invisible.

http://www.youtube.com/watch?v=Db6AswqbS5o

Friday, March 12, 2010

VARIATIONS ON A NOODLE



It’s business as usual on a Saturday night in Bangkok’s Khao San Road and the meat-market is on electro-overdrive; the attitude is tough and every body is dressed to kill but I am not excited far from it I sit and watch and drink a beer I have the weary traveler’s blues aand find all this ultra modernity démodée the long shiny fingernails the booze-by-the-bucket sex sex sex will tear you apart will eat you alive (those cock-sucking porn-star lips have teeth), the 24-hour mercury sunsets the shifting tatoos of rock’n roll fantasies laughing gas jokes for hedonistic bombshells small & fast thais and big clumsy foreigners like in some B-movie about Nam (but where are all the drugs?!!) fuckfuckfuckfuckfuck cheap girls pulling cheap tricks, cheapcheaper than cheap, somewhere in the twilight zone, so thin. come here. come to me. now. I let my mind do the talking I merely sip my drink and courteously fend away two working girls who come my way. One offers a “thai massage with a happy ending”, with the other I chat for a few minutes: she is pretty and in her eyes are sweetness and an unfathomable sadness too. She comes from the north. I would like to talk more but I don’t want to take too much of her time. Time is money.
Somewhere in Bangkok there is an alley called Soi Cowboy, a small red district with strip joints and motels (and V.D. clinics). It has been there since the days of the Vietnam war, when soldiers came to Thailand to spend their money on pussy and brown sugar. A small souvenir left by the American presence in Indochina.

*

My traveler’s fatigue extends itself to sightseeing the next morning as I walk around Ratnakosin, the royal palaces and temples, with their long queues of tourists and guides and taxis and touts. I have absolutely no wish to go inside so I rather wander about the city in the general direction of Chinatown and the central train station thinking to myself that what I am suffering is an India-withdrawal syndrome. As everyone who has been to India knows, everything outside of India feels fake, for a while, artificial and tasteless. I walk down an avenue which could be anywhere: China, Japan, the US, even Mexico. I find refuge in second-hand bookshops, like I always have, everywhere. I feel cosy and serene, with the promise of a million stories ready to be unfolded before me. Most I wouldn’t want to read (I have my standards, and my tastes), but I enjoy the possibility given by their presence.

I still haven’t solved the credit card mystery, so I exchange a few dollars and walk down the river and get a ferry across to the Wat Arun temple and monastery. It is built in the very baroque Khmer style that reminds me of mahayana buddhist temples in India. In an attached shrine I find a very smiling golden buddha and I sit in silence for a while, feeling peaceful really for the first time since I came to Bangkok. As I sit there I see the rituals of the Thai worshippers, who kneel and bow down and make offers of incense, lotus buds, and 20 baht notes attached to long wooden leaves; they then take a small silver cup of water, put it to their lips and forehead and pour it on the lotus flowers. Nice to find little oases of nirvana in this very samsaric city.
I cross back with the ferry to the other side of the river and eat a big bowl of noodles with seafood in one of the many food-stalls. Food is good and cheap in Thailand and as usual better on the street than in the restaurants. Like Japan and China, it is a story of variations on a noodle: green noodle, hakka noodle, string noodle, dry, soupy or fried, with vegetables, seafood, pork or chicken. A good meal costs about one dollar, and I haven’t tired of noodles yet, for the variations are many.

*

I give up on sight-seeing altogether and decide to hang-out in the neighborhood instead, sitting on a bench in a park by the river, reading, writing and drinking the occasional cup of coffee or bottle of beer, wandering down alleys that go nowhere, suddenly. I have mixed feelings about Thailand with its overtly tourist-friendly attitude where everything is for sale, with a smile, for the right price. I feel like I’m in the Costa Brava, or Cancun, and I miss the tough roughness of traveling in India or Pakistan, where every little thing is a challenge that rewards you with the pleasure of accomplishment, where travelers greet each other with the warm solidarity of accomplices, or long lost friends, and where the curiosity of the encounter between traveler and local is mutual. So far I find my relations to the Thais shallow and commercial, and I hope to change this view as quickly as possible. It’s terrible to feel like a gringo in Puerto Vallarta. I am trapped in my own loneliness, the fortified castle of my thoughts and emotions, and although it is already four days, I haven’t yet had a conversation with anyone. Five, if I add that strange Friday at the Hyatt in Bombay. But I don’t mind, it is like doing a little vipassana in the middle of the maddening crowds.

Thursday, March 11, 2010

BANGKOK



Bangkok. Son las nueve y media de la mañana y estoy hecho polvo: en los últimos tres días no he dormido más de seis o siete horas totales, divididas en tres partes, como si fueran largas siestas. Encontré una pensión hermosa y barata en el barrio de Banglamphu, a pocos metros del río Chao Phraya y muy cerca de la famosa zona de Khao San Road. Estoy esperando la hora del check-out en un jardín verde y fresco, con un canal de agua en el que nadan grandes carpas japonesas, rojas y blancas. Hace un gran calor, y la humedad pega la ropa al cuerpo. Bangkok es una gran metrópolis tropical que a primera vista me parece mucho más similar a Japón que a la India, y yo creo que tiene que ver con el budismo (y con que son de origen chino).
Pasé buena parte del día durmiendo, y luego intentando sacar dinero del banco, sin éxito. Menos mal que aún tengo un poco de dólares y de euros en efectivo.

Doy mis primeros pasos por la ciudad, siguiendo la orilla del río, por la zona de Khao San y por el barrio tradicional donde está mi pensión. No tengo metas específicas ni prisas y en un par de ocasiones me detengo a tomar un café y a terminar con la novela que estoy leyendo, “Ringworld”, de Larry Niven, ganadora de los premios Hugo y Nébula en 1971, y en la que entreveo una fuente de inspiración para la Guerra de las Galaxias de George Lucas, sobretodo en aquello del “salto al hiper-espacio”, y en el personaje de Speaker-to-Animals, un alien sentiente, peludo y feroz, pero no sin sentido del humor, que me parece un claro antecesor de Chewbacca. Whatever.

Wednesday, March 10, 2010

SALAAM BOMBAY!


Cae la tarde,
se asoma entre los árboles
la noche azul.

*

Es mi úlitmo día en la India, después de casi medio año de estancia. Se dice pronto pero no lo es tanto,y estoy tan “indianizado” que Bombay me parece demasiado ordenada, demasiado europea. Ranjit, el de la filmación, me dijo que parecía indio, “your body language is Indian, man”. Cumplido que atesoro con gusto.
Mañana a la una de la tarde vuelo a Bangkok, y espero que mi breve visita a Tailandia, país del que en realidad no sé nada, sirva como colchón para amortiguar el shock cultural que significa dejar la India y volver al mundo mundial.

*

Krishna dónde estás?
En Bombay que no te veo
sólo el neón azul
del espejo y la lentejuela
del mar más triste del mundo
que suspira de noche:
“Yo amo a la India
de dolor profundo”,
mientras los pescadores sacan
perlas de su boca.

*

Desayuno temprano en Leopold's, con la ciudad semi vacía despertando a mi alrededor. En un par de horas tengo que estar en el Aeropuerto de Dadar. La última vez que volé fue el día de mi cumpleaños, hace casi nueve meses, cuando comenzó este largo viaje. El vuelo de hoy pone un punto final a la aventura vía tierra, y he de insistir que son razones políticas (fronteras, visas, reglamentos) los que me obligan a volar, en vez de proseguir por tierra, como era mi deseo. Y este vuelo desde Bombay cierra un círculo también, que se abrió hace casi exactamente nueve años, el día en que llegué por primera vez a la India, a este mismo aeropuerto, justamente. El mismo yo, pero diferente: same same but different.
Llegando a Dadar la sorpresa de que mi vuelo había sido cancelado y de que me pusieron en el vuelo de la medianoche de hoy mismo y mientras tanto me trajeron al grande y frío mausoleo que es el Hyatt del aeropuerto, donde me dieron una habitación y la promesa de un copioso buffet. Para mí que viajo sin prisas la noticia no es tan mala ya que así llegaré a Bangkok a las seis de la mañana y no por la noche, y es siempre preferible llegar a una ciudad nueva, en un país nuevo, con la luz del día (además de que me ahorro una noche de hotel).

*

El avión no despegó de la pista sino un par de minutos después de la medianoche, por lo que, no obstante lo que indica el sello en mi pasaporte, dejé la India en la madrugada del sábado 13 de febrero.

Tuesday, March 9, 2010

BOMBAY, THE TIMES THEY ARE A-CHANGIN'


Freezing in the air-conditioned offices of the Thai consulate in Bombay in Nariman Point, waiting for my visa.
We arrived from Gokarna on the overnight Matsyagandha Express, and made our way from Lokmanya Tilak station in northern Bombay to Colaba on an old black and yellow cab through the early morning traffic as the pale orange sun came over the horizon of grey broken down buildings and smog. Too many heart-breaking sights for such a short taxi ride. But such is life in Bombay, where more than half the population lives in slums, dreaming of becoming film stars. A city of dreams it is, and of hard-core reality, gnashing and snarling at each other within each man's heart. I am attracted and revolted with the same degree of intensity.

*

I just put Ale and Babu in a cab to the airport. They're on their way to London whereas I am again a lonesome traveller, for a while. My heart is a lump of fat and muscle, heavy, weighed down by the splinters of the tiny heartbreak of short separations, and suddenly the streets seem so different, oddly lifeless, for a while. This angst will follow me a few days, I know, and the key will be to keep busy: inactivity is anguish's best friend, that and a large empty room at the Salvation Army Shelter.
The past couple of days were spent wandering about Bombay with Ale and Babu, seeing a few sights, hunting for used books in Flora Fountain, eating falooda with ice-cream and flying kites in Chowpatty beach, and just generally wondering at the beauty, the horror, and the complex mix of styles and peoples that is this city; and then in the evening eating dinner in some swanky restaurant and drinking beer in the upstairs bar at Leopold's for European prices. Bombay is unlike any other city in India, and reminds me of Hong Kong: a cosmopolitan Asian megalopolis on the sea. It is relatively clean and orderly and people, including women, tend to dress in western style. All this means, of course, that India is somehow lost in the exchange: no cows, no monkeys, no kurtas and few sarees, no cycle-rickshaws and no chai-wallahs on street corners. No mantras, pujas, sadhus, stray dogs and general sensory overdrive. For this we have to go to the slums, I'm sure. That is where Bombay contains India, forcing it down, preventing it from leaking out or tearing through the seams that the thread of material wealth has sewn.



Last night, as we were coming back from Leopold's, the night watchman at the Salvation Army introduced me to Amjad, a casting scout for one of the many Bollywood film companies, who offered me a one-day job as an extra in a soap-opera for Zee-TV, “Yahan main ghar ghar kheli” (“I'm here home home play”, was Amjad's unlikely translation), and so here I am, “keeping busy” as I intended, in some lousy studio in Film City, Bollywood. Keeping busy of course mainly means sitting around (in suits!), and waiting: nothing like a little filmmaking to take away the glam and the glitz from the whole movie business. So this morning, after my little family left, I went up to my room and took a shower, shaved, cut my hair shorter, and took off my three earrings (“You got to look like executive business man, yaar”, Amjad told me), then met up with him and my other extra-companions (three Austrians, one guy and two girls) at the door of the Salvation Army and begun our way north, first in a taxi to Churchgate Station, and from there on a crowded suburban train almost two hours away from central Bombay, passed Dadar, Bandra, Juhu Beach, Andheri and the other rich northern suburbs, and got off at Goregaon with its portuguese sounding name, from where we took a rickshaw to the actual studios. The city we travel across is like an octopus with endlessly receding tentacles and the glimpse we get from the sardine-can windows is that of the usual mix of modernity, faded colonial splendors, and grimy misery. My companions and I face the day with curiosity and a healthy sense of adventure, although knowing we are also in for hours of boredom. We are to be, believe it or not, wealthy western financers for a large construction project. My name is Mr. Frank, and all I say is “How do you do?”, as I shake hands with somebody. But of course that simple greeting catapults me to the heights of a “speaking part”, which makes me, officially although not salary-wise, no longer an extra.
As the day evolved into the night and we went from one take to another (the speed and carelessness of the Indian filmmaker while shooting is proverbial) I had a chance to meet some of the guys working at the shoot, and especially Ranjit, the young stuttering assistant director, who happened to be from Varanasi. All in all a group of nice happy people, in great contrast to the stress and anguish I remember from Mexican and Italian shoots. And this includes the actors, amongst which two gorgeously shiny Bollywood starlettes. The worst, most stressed and unfriendly were in the end Amjad and his assistant, the two “casting scouts” (touts, more like it). But hey, we got lunch, dinner, plenty of chai, a fresh 500 rupee note, and a taxi ride back to Colaba. Not a bad deal, really.

Sunday, March 7, 2010

EARLY MORNING BEACH ACTIVITIES



“Wonder, and its expression in poetry and the arts, are among the most important things which seem to distinguish men from other animals, and intelligent and sensitive people from morons”.
(Allan Watts, The Book)

India is an endless game of restraint and surrender. Restraint is necessary in a myriad of everyday situations, from bargaining with tough sellers, dealing with bureaucrats, deciding whether or not to enter the holy waters of Mother Ganga, or simply taking a sip of water in a restaurant, engaging or not in conversation with yet another over-curious Indian tourist, throwing garbage in the middle of beautiful nature and taking a crap on a side-walk in the middle of the city. Everyday, in one way or another, we must choose to be in opposition. For our sake, for our health and that of our peace of mind, but also out of love for India herself. Unfortunately restraint turns easily into opposition and opposition soon builds blocks and before long we have constructed a fortress around ourselves, around our bodies and our minds. We become impermeable and soon India no longer touches us: it remains outside. There are plenty of travelers like this in India, and one bumps into them often enough, especially on the “gringo-trail”. To fully enjoy India you have to also be enjoyed by it. And for this to happen, restraint is necessary only inasmuch as it prepares you for surrender. Surrender is the key. Surrender gives meaning to restraint. It is surrender that opens your heart to the heart of India: it tells you when to pay that extra rupee in exchange for a smile in the tough seller’s face, it opens people’s houses, and the stories pour out, it helps you to smell across the shit, to where the mangoes are in full bloom, it whispers in your ear, telling you to stop brushing the flies from your face, to simply watch the mouse as it runs across the living-room. It is beautiful to surrender to a plate of mutton brain masala in the market, to the devotion in a Sufi shrine, to be swept away by a Hindu bhajan, and then simply go on with your business. There is freedom and liberation in this balancing act of restraint and surrender, when it becomes instinctive; for it is not so much a matter of thought as of action. A very practical example: of all of the very long Gokarna beach, the bit I like best is the southernmost tip, where it turns into a rocky peninsula on which stands the Rama temple. I like rocks, I like variety, I like the shade on the beach in the morning. Unfortunately this little bit of beach is also preferred by the fishermen who moor their boats about three-hundred meters away as their latrine. That means that every morning when I arrive, there are six or seven piles of shit, around the back, near the rocks, waiting for me. The options are many: there is outrage, there is sadness, there is the possibility to simply walk away to find another spot (no shade, though), or of attempting to convince the fishermen to crap somewhere else or to at least make holes in the sand (maybe a sign on the rocks saying “NO SQUATTING”, but in what language??), and then there is direct action, and so every morning when I get there, I cover the piles of shit with sand, which I push with my feet until I form nice little mounds which keep the rotting and the stench beneath the surface. It doesn’t take me more than five minutes and it’s party time for the small crabs and other sandy creatures, and anything that is left the sea will take away; for it is indeed a wonderfully organic place for a latrine, since every night the sea rises all the way to the rocks, cleaning everything with its breath. The nice thing is that the beach stays clean for the rest of the day, and I just think of it as sweeping my little temple before the morning prayers.



Saturday, March 6, 2010

OM



Ayer hicimos una excursión a la famosa Om Beach, una playa que debe su nombre a su forma geográfica y que he de decir es muy hermosa, con su roca negra volcánica, su península intermedia (el palito del om), su islita (el puntito), sus cocotales y sus cerros verdes. Hay unos chiringuitos para comer y cabañitas para dormir, pero no está exageradamente entregada al turismo. Pasamos el día ahí y por la tarde caminamos hasta la playa siguiente, Kudle Beach, y de ahí volvimos a Gokarna en lancha, para gran satisfacción de Bernardo, mientras que un sol impresionante se hundía en el mar.
Hoy, en cambio, me tomé la tarde “libre” y me vine a caminar solo, vestido con mi lunghi negro (de Ayappa) y mi collar de calaveras, o Kali mala. La soledad es una perla preciosa que hay que cultivar con tiempo y con cuidado, en el interior de nuestro ostión.
Hoy los pescadores de Gokarna, a los que estoy viendo desde un risco junto al templo de Rama, están practicando una pesca nueva para mí: hicieron una red larguísima compuesta de muchas redes unidas entre sí, y habiendo dejado un extremo en la playa, hicieron con el resto una gran media luna en el mar, jalándola con una lancha, hasta volver a la playa, a unos cien metros del punto inicial. Una vez hecho esto comenzaron a jalar las redes hacia tierra, entre seis o siete pescadores de cada lado. Método infalible, aunque poco rediticio a juzgar por la cantidad de pescado obtenida (pescado que en estos instantes, y por pocos más todavía, sigue siendo pez que salta y se contorsiona, reflejos brillantes de luz en busca de agua, muda incomprensión enfrentándose a la muerte por asfixia). Una buena parte de las víctikmas terminan en el pequeñísimo “fish market” que se pone todos los días a orillas de un camino polvoriento y que consiste en unas personas, sobre todo mujeres, en cuclillas, con sus cestas llenas de peces, rayas, cazones y camarones. Un día de estos hemos de hacer una buena fogata y una buena comilona.
Dejo atrás a los pescadores con sus labores, y camino por los riscos siguiendo la costa entre rocas afiladas, por donde no pasamos ya más que los que tenemos el pie ágil y firme de las cabras. El mar golpea con insistencia las rocas y millones de cangrejos siguen con determinación el ritmo del baile impuesto por las olas. Sobre mi cabeza dos águilas de cuello blanco hacen círculos en busca de alguna presa, o por otro motivo que desconozco. En el agua, delfines. Mar, cielo, rocas, y unas pocas criaturas vivas en un escenario demasiado grande.




Friday, March 5, 2010

EL TIEMPO



The simple truth:
Self is other and
Here is there.

*

Dejamos la pensión en el cocotal por un par de habitaciones rústicas en una ranchería al lado de la playa. Las casitas son tradicionales, de adobe con techo de palma, pequeñas y obscuras, pero estamos entre campesinos y pescadores, en una hermosa y sombreada franja de tierra entre el mar, por un lado, y huertos y sembradíos por el otro. El precio total por las dos habitaciones es de 160 rupias al día, poco más de tres dólares, lo mismo que nos cuestan un plato de pescado con papas, ensalada, y una cerveza. Son días de mar y de sol, de lecturas interminables en hamacas, y de sentir sin prisas el paso del tiempo, que adquiere cada día un carácter más abstracto. Es perfectamente natural que los viejos en el trópico no sepan cuantos años tienen.
Mi única lectura estos días es el mastodóntico “Shantaram”, la novela autobiográfica de Gregory David Roberts, un ex-junkie australiano que escapó de una cárcel de máxima seguridad en su país para iniciar una nueva vida (con nuevo nombre, y pasaporte Neo-Zelandés) como mafioso en Bombay, ciudad maravillosa que surge poco a poco como la verdadera protagonista de su novela de casi mil páginas. En Bombay aterricé, hace casi nueve años, a las dos y media de la mañana, y en Bombay tuve mis primeros vislumbres de la India, y Bombay será, ahora, la última etapa India de este viaje, cerrando un círculo de manera tan elegante como casual. En estos días cumplí mi primer año indio, y celebro para mis adentros con una sonrisa: entre los tres viajes que he hecho a este país son ya más de doce meses los que he vivido aquí. Un año. 1/41 de mi vida. Ni mucho, ni poco tampoco.

Wednesday, March 3, 2010

HEUREUX QUI COMME ULYSSE...


En una pequeña librería de usado de Gokarna encuentro finalmente un libro de Nicolas Bouvier, el escritor, viajero y fotógrafo suizo del que me había hablado y que me había recomendado mi tocayo Luis Medina. Lo busqué en las secciones de viejos libros franceses en Istambul, en Yerevan, Teherán, Lahore, Delhi, como quien busca una aguja en un pajar, o una perla en un chiquero, y apareció, por fin, cuando menos lo esperaba (cuando había dejado de buscarlo!), en su bonita y sobria edición nrf-gallimard, beige, con el título en rojo: no “L’usage du monde”, que sigue fugitivo, sino “Le poisson-scorpion”, una onírica y febril memoria de un viaje, hija bastarda de García Lorca y de Malcolm Lowry, a una isla, Ceilán, a la que no nombra por ninguno de sus nombres. Es una segunda y cansada parte de “L’usage”.

“Hier j’avais quitté la géographie dépliée et le grand poumon de l’Inde. Ce soir j’étais dans une ile. Je n’avais pas l’éxpérience des iles qui posent et résolvent les problemas a leur facon. Ce qu’on apporte dans une ile est sujet a métamorphoses. Une ile est comme un doigt posé sur une bouche invisible et l’on sait depuis Ulysse que le temps n’y passe pas comme ailleurs”.
(perdonarán la falta de acentuación francesa, pero fue ya un milagro encontrar el acento agudo…)

La isla como geografía metafísica; y no habré vivido sino pocos años en Inglaterra, la más poderosa de todas las islas, pero llevo en mi bolsillo un pasaporte maltés, y nací, hace más de mil años, en la isla de Calipso, donde Ulises perdió rumbo y razón, y dejó olvidado un trozo, por lo menos, del corazón.
Viajero exquisito, Ulises moderno a bordo de su fiel Citroën surcando los caminos de un mundo alucinante y feroz, dulce y sabio. Viajero que sabe bien que el viaje, el verdadero, no tiene motivo ulterior a sí mismo.

“Un pas vers le moins est un pas vers le mieux. Combien d’années encore pour avoir tout a fait raison de ce moi qui fait obstacle a tout? Ulysse ne croyait pas si bien dire quand il mettait les mains en cornet pour hurler au Cyclope qu’il s’appelait “Personne”. On ne voyage pas pour se garnir d’exotisme et d’anecdotes comme un sapin de Noël, mais pour que la route vous plume, vous rince, vous essore, vous rende comme ces serviettes élivées par les lessives qu’on tend avec un éclat de savon dans les bordels. On s’en va loin des alibis ou des maledictions natales, et dans chaque ballot crasseux coltiné dans des salles d’attente archibondées, sur des petits quais de gare atterrants de chaleur et de misere, ce qu’on voit passer c’est son propre cercueil. Sans ce détachement et cette transparence, comment espérer faire voir ce qu’on a vu? Devenir reflet, écho, courant d’air, invité muet au petit bout de la table avant de piper mot”.

Tuesday, March 2, 2010

SINDHU SAGAR



Before me the Arabian Sea, or Sindhu Sagar, as the Indians call it. Blue, calm, mysterious. I had a first glimpse of this sea, with its promises of Orient, of spices, of gold and bare-breasted women, from the beaches of Beira, in far-off Africa, at the end of a short but traumatic trip across Mozambique from Zimbabwe, a tale that was lost, with all my luggage & possessions, to the quick able hands of some African thief. As I swam in those rough waters, that day, I looked to the horizon and I knew India was there, waiting form me somewhere in the future, and that one day I would be looking back, smiling, with a bright hot sun in my eyes. I see the swift boats, made of hollowed-out trunks of heavy tropical hardwood with their felucca-like sails coming in with their nets full of shining silver fish. And if I close my eyes I can see the pirates, and Arabian ships with their cargo of gold & slaves on their way to Muscat, to trade for dates and carpets, caravans of the sea, criss-crossing the desert of water. And for a moment I am a sailor, tasting the salt-water in my eyes, sailing over centuries of storms, and battles, and dreams.

Sunday, February 28, 2010

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS


“In order to write I need some sense of urgency, but also some peace of mind. Too much peace and my hand gets lazy; too much urgency and it's paralysed”.
(Amin Maalouf, Balthazar's Odyssey)

Llegamos a Gokarna el día preciso, exactamente, en que pavimentaron la calle principal. Un viejo hippie francés que comía fish curry con salsa de coco dijo new roads bring new people, pero nosotros llegamos caminando por la terracería, los últimos quizás que vinieron a un pueblo de pescadores con una playa casi vírgen, un templo con sus sempiternos peregrinos y su puñado de viajeros, pocos, por la gracia de Neptuno.
La terraza con un millón de palmeras y el canto de las ranas perezosas es el mejor estudio que un traductor soñó jamás. Tazas de café fuerte de Gujarat y los porros que periódicamente viene a hacerse nuestro vecino Tobjan, el cocinero sueco. Una hamaca, y familias de Langures. Nowhere else I'd rather be.

Friday, February 26, 2010

TRÓPICOS




Estamos a bordo del Vasco da Gama Express, que va desde Patna hasta Vasco da Gama, en Goa, y al que nos subimos en la parada que hace en Mughal Sarai, un pueblo polvoriento a una hora de Varanasi y del otro lado del puente sobre el Ganges, desde el que vemos por última vez a Ganga Ma. No pude evitar un pequeño estremecimiento de emoción cuando el río desapareció de mi vista, por la ventanilla trasera del rickshaw. Por la noche cruzamos todo Uttar Pradesh y de día todo Madhya Pradesh, y ahora que son las cinco de la tarde y el sol llega fuerte pero oblicuo, estamos en medio de los fértiles y subtropicales campos de Maharastra. Hemos dejado atrás el frío y la neblina, y esta noche pasaremos a un lado de Bombay, desde donde el tren seguirá hacia el sur para llegar a Goa finalmente mañana por la mañana. Duración total del viaje: 39 horas (si no hay retraso). La idea es bajarnos en Margao, y de ahí seguir hacia el sur hasta Gokarna, en Karnataka (el estado que está entre Goa y Kerala, cuya ciudad más grande es Bangalore, pero cuya capital histórica es Mysore), que está a otras dos o tres horas de camino, ya sea en tren o en autobús.
Por la ventana se ven plantaciones de plátano, de caña de azúcar y de tabaco. Parece Colima. No hay mucha posibilidad de trabajar en un tren indio, así que paso el tiempo leyendo “El periplo de Baltazar”, de Amin Maalouf, comiendo, durmiendo, platicando con Sam, un viajero australiano que viene en nuestro compartimiento, y mirando el paisaje por la ventana, respirando tanta verdura.

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Después de dos días arriba del tren llegamos a la estación de Margao, al sur de Goa, y rápidamente se siente la enorme diferencia con la India hard-core del norte. Aquí es todo calor y palmeras y sonrisas y piel morena, todo más limpio y tranquilo y por unos momentos me parece estar en alguna pequeña ciudad del estado de Veracruz. Se siente la presencia portuguesa también, en los nombres, la arquitectura, y las iglesias católicas. Estaremos poco en Goa, unas horas en algún café, para reponernos del machaque del viaje, y luego seguiremos nuestro camino.

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De Margao nos fuimos hasta Karwar, una pequeña ciudad de la costa poco al sur de Palolem, y de ahí a Gokarna en otro autobús más, y las dos horas y media resultaron ser cinco, aunque el camino es delicioso y la temperatura cálida sin llegar a ser pegajosa o molesta. Todo es más limpio y más verde y más sereno y las lenguas son otras, Konkani y Kannada, más melifluas, y lo mismo las escrituras, más garigoleadas, más parecidas a los idiomas del sureste asiático. Por la carretera pasamos muchos arrozales, lagunas y esteros, y justo antes de llegar a Gokarna vimos a un espléndido y enorme sol rojo ponerse detrás de la verdura.
Para mí hay un placer especial porque con la excepción de Amritsar, este es el primer lugar “nuevo” que veo en la India en este viaje, y estoy feliz, con la felicidad de los ojos vírgenes que se posan sobre una nueva flor, un nuevo día.

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“A fly undid an eagle
And made it bite the dust
And that's the truth
I saw the dust myself.

The fish climbed the poplar tree
To eat some pickled pitch
The stork gave birth to a baby ass
What language did it speak”.

(Yunus Emre)

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Thursday, February 25, 2010

THIS IS THE END, MY ONLY FRIEND



Harry Ohm asked himself what keeping a diary does to a man’s psyche: is it merely an exercise in self-absortion? Is it akin to therapy, or else a disease? Funny how it takes up a relatively small amount of time (not more than a few hours a week), and yet becomes so central, only because it presents us with recorded excerpts of our life. Sometimos I feel it is like a drug, an anchor, something that gives solidity to a fluid, wandering existence. I write therefore I am. That is trae, but it also is so-oh-incomplete. I play therefore I am, I fuck therefore I am, I think therefore I am, I shit therefore I am, I get angry I cry I laugh I sleep therefore I am, and I also am, quite simple.
I (evberything) therefore am.
I am (everything).
I anda m are inseparable. There is no I that is not. (Harry smiles as he realises he’s talking like Sartre now, but Sartre is also part of who he is. Quite simple actually).

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Miércoles 13 de enero

No hubo manera con las visas, por lo que hemos decidido viajar al sur, a Gokarna, para pasar unas semanas a orillas del mar antes de emprender el camino de regreso. Varanasi no está siendo fácil estos días, entre los cantos con altavoz (más que cantos aullidos… Cheenie, la chica de la casa, dice que más que llamar a dios lo están ahuyentando) de los peregrinos del dharamsala (refugio) que tenemos a diez metros de nuestra ventana, y que están aquí por millones para el inicio del Khumb Mela, con el frío y la absurda insistencia con la que la familia enciende fogatas ADENTRO de la casa, y las alimenta con gasolina, llenando todo de un espeso humo negro que nos tiene a todos tosiendo y llorando y escupiendo negro y que por más que tratamos de explicar lo mal que hace nos miran con ojos vacíos, de borrego (total ellos viven en el piso de abajo y el humo SUBE), y finalmente con la lluvia, que volvió hoy para convertir nuevamente las calles en ríos de mierda y lodo. Varanasi será fascinante, pero es indudablemente mala para la salud. Creo que difícilmente volveremos a pasar una larga temporada aquí, y empiezo a estar ansioso por irme. Son días de empacar, de mandar paquetes (las nuevas camisetas de la banda a Italia, el sitar a México), y encima de todo me llegó una inmensa traducción legal, gris y monótona como suelen serlo, y Varanasi es probablemente el peor lugar del mundo para trabajar, con los cortes de luz, el ruido, la pésima señal de Internet, y ahora el frío y el humo que tenemos en casa.

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Sábado 16

No he hecho nada más que traducir y preparar la partida, viendo y sintiendo como todo a mi alrededor es un hormigueo humano. El Kumbh Mela es en Haridwar este año, pero quien no puede ir hasta allá viene a Varanasi, y no serán millones pero si son cientos de miles (Kumba Mela es la agrupación más grande de humanos en la tierra, la única que se ve desde el espacio), y ayer se bañaron todos en el Ganga para celebrar ritualmente el eclipse parcial solar, que yo sentí por el cambio de temperatura y en la calidad del color y de la luz; la consigna era “snam, dhyan y daan” (baño ritual, meditación y limosna para los pobres). Pero no hay tiempo para todo eso, y estoy en el cafecito que cariñosamente bautizamos como “el café de Moran”, trabajando en la traducción, en papel porque la computadora se puede usar solo cuando hay electricidad, o sea muy de vez en cuando.

Wednesday, February 24, 2010

EL TURNO DE NOCHE



“Se réveiller et se trouver dans un pays où l’on vient pour la première fois. On se frotte les yeux, qui sont rougis et fatigués. On voit trouble. Des hommes que l’on imaginait pas. On s’attache à eux. À force de les fréquenter, on ne fait plus qu’un avec eux. On s’en va. On se souvient d’eux quand on reste pour un temps chez soi, à l’heure où l’on se couche pour dormir. Le souvenir n’a de valeur que quand on sait que l’on repartira pour un nouveau voyage. Le pire des reniements, le plus grand désespoir est de jeter l’ancre dans son pays et de vivre de souvenirs”.
(Nikos Kavvadias, Le quart)

Domingo polar.
Termino de leer “Le quart” (el turno de noche), de Kavvadias, y lo celebro como el último marinero-escritor. El rebétiko hecho novela: los dolores de Malcolm Lowry terminados, en cuyo lugar queda un hoyo nada más, un hueco sin fondo que llena el mar, y ocasionalmente una mujer, puta o no puta, da igual.