Friday, February 5, 2010

EL SECRETO DE LA FLOR DORADA



“When you come to think of it, playing or listening to music is a pure luxury, an addiction, a waste of valuable time and money for nothing more than making elaborate patterns of sound. Yet what would we think of a society which had no place for music, which did not allow for dancing, or for any activity not directly involved with the practical problems of survival? Obviously, such a society would be surviving to no purpose”.
(Alan Watts, The Book)

Hoy, por ser domingo, nos juntamos a ensayar en casa de Shyam y Sandip, para hacer otro intento de fusión east-west. Esta vez hay un poco más de equilibrio porque invité a Léon, un francés que toca el violín y que está bien habituado al klezmer y al balcánico. Propuse como base el tema de “La buffet”, y de ahí comenzamos a explorar la escala (Rag Ram-Kali, dijo Shyam) y los ritmos, y a darle una estructura, que para los indios significa la santísima trinidad de alap, jhod y jhala (que es algo así como introducción libre, parte central, y finale in crescendo). Apareció también un amigo de ellos que canta como los mismísimos ángeles (ángeles en forma de Nusrat Fateh Ali Khan). Fue maravilloso ver como evoluciona una idea musical a partir de una frase, un ritmo, y se convierte en algo nuevo, único, insospechado. Esa, precisamente, es la belleza de estos encuentros.
Después de tocar comimos juntos en la cocina de la casa, a la manera india, sentados en círculo en el piso, y con las manos, el arroz, las lentejas, el sabji y los chapatis que nos servía la mamá de Sandip.

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Todas las mañanas pasa el lechero y nos deja un litro de leche fresca, a veces de vaca y a veces de búfala, que hervimos apenas llega para que no nos haga daño. Hoy, por casualidad, Ale descubrió los chongos zamoranos, por el simple error de dejar cocer demasiado la leche, hasta quemarla: horas después los “chongos” se habían separado completamente del suero, y nos los comimos con miel. Yo me imagino que esto sucede solamente con la leche bronca, pero fue una deliciosa sorpresa.

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Nuestros días están llenos de música: trompeta, sitar, flauta, violín, tabla; horas y horas de estudio hasta que las manos duelen y la cabeza sigue haciendo fraseos y ejercicios cuando debería estar descansando ya, saregamas, doremis, un dos tres, un dos tres, un dos, un dos, undóstres, undóstres, úndos, úndos, y así, en espirales constantes, armonías sobrepuestas, quintas, terceras, segundas disminuidas, música india, judía, gitana, rusa, ojos negros, rag ramkali, estructura e improvisación; ritmo, sobretodo ritmo. Todo suena: las calles, los pies, el agua, las voces, hasta las cometas allá arriba; de día, de noche, dormidos y despiertos; el silencio, bien sabemos, es música también.

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