Friday, February 26, 2010

TRÓPICOS




Estamos a bordo del Vasco da Gama Express, que va desde Patna hasta Vasco da Gama, en Goa, y al que nos subimos en la parada que hace en Mughal Sarai, un pueblo polvoriento a una hora de Varanasi y del otro lado del puente sobre el Ganges, desde el que vemos por última vez a Ganga Ma. No pude evitar un pequeño estremecimiento de emoción cuando el río desapareció de mi vista, por la ventanilla trasera del rickshaw. Por la noche cruzamos todo Uttar Pradesh y de día todo Madhya Pradesh, y ahora que son las cinco de la tarde y el sol llega fuerte pero oblicuo, estamos en medio de los fértiles y subtropicales campos de Maharastra. Hemos dejado atrás el frío y la neblina, y esta noche pasaremos a un lado de Bombay, desde donde el tren seguirá hacia el sur para llegar a Goa finalmente mañana por la mañana. Duración total del viaje: 39 horas (si no hay retraso). La idea es bajarnos en Margao, y de ahí seguir hacia el sur hasta Gokarna, en Karnataka (el estado que está entre Goa y Kerala, cuya ciudad más grande es Bangalore, pero cuya capital histórica es Mysore), que está a otras dos o tres horas de camino, ya sea en tren o en autobús.
Por la ventana se ven plantaciones de plátano, de caña de azúcar y de tabaco. Parece Colima. No hay mucha posibilidad de trabajar en un tren indio, así que paso el tiempo leyendo “El periplo de Baltazar”, de Amin Maalouf, comiendo, durmiendo, platicando con Sam, un viajero australiano que viene en nuestro compartimiento, y mirando el paisaje por la ventana, respirando tanta verdura.

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Después de dos días arriba del tren llegamos a la estación de Margao, al sur de Goa, y rápidamente se siente la enorme diferencia con la India hard-core del norte. Aquí es todo calor y palmeras y sonrisas y piel morena, todo más limpio y tranquilo y por unos momentos me parece estar en alguna pequeña ciudad del estado de Veracruz. Se siente la presencia portuguesa también, en los nombres, la arquitectura, y las iglesias católicas. Estaremos poco en Goa, unas horas en algún café, para reponernos del machaque del viaje, y luego seguiremos nuestro camino.

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De Margao nos fuimos hasta Karwar, una pequeña ciudad de la costa poco al sur de Palolem, y de ahí a Gokarna en otro autobús más, y las dos horas y media resultaron ser cinco, aunque el camino es delicioso y la temperatura cálida sin llegar a ser pegajosa o molesta. Todo es más limpio y más verde y más sereno y las lenguas son otras, Konkani y Kannada, más melifluas, y lo mismo las escrituras, más garigoleadas, más parecidas a los idiomas del sureste asiático. Por la carretera pasamos muchos arrozales, lagunas y esteros, y justo antes de llegar a Gokarna vimos a un espléndido y enorme sol rojo ponerse detrás de la verdura.
Para mí hay un placer especial porque con la excepción de Amritsar, este es el primer lugar “nuevo” que veo en la India en este viaje, y estoy feliz, con la felicidad de los ojos vírgenes que se posan sobre una nueva flor, un nuevo día.

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“A fly undid an eagle
And made it bite the dust
And that's the truth
I saw the dust myself.

The fish climbed the poplar tree
To eat some pickled pitch
The stork gave birth to a baby ass
What language did it speak”.

(Yunus Emre)

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