Friday, January 29, 2010

NI TANTO QUE NO LO ALUMBRE


“Out beyond the ideas of right
and wrong there is a field;
I’ll meet you there”.
(Jalahuddin Rumi)

Hoy, al terminar la clase, Shyam y yo nos pusimos a charlar, y la platica nos llevó de un simple evento teatral en la Fundación Krishnamurti, via la filosofía del ídem, hasta los escabrosos terrenos de la religión. Yo alabé la filosofía de “no gurus” de Krishnamurti, y Shyam sacó a colación a Swami Vivekananda, por el que tiene un enorme respeto, y del que dijo el clásico adagio hindú sobre el hombre santo: “no era un hombre, era un dios, había trascendido, etcétera”. Como siempre que llego a ese punto en una conversación, siento como surge un muro invisible entre esa persona y yo. Para el hindú creyente, como para el musulmán, dios es parte de la ecuación, y no existe una idea de la realidad sin dios. Con el hindú tampoco siento que puedo ser honesto y decir: no creo en dios, y esos discursos me parecen obsoletos e innecesarios. No por miedo, como el que sentí en algún momento en Irán, sino para evitar la reacción de perplejidad y de lástima: para un creyente el no-creyente es alguien que debe ser “salvado”. Lo que intento hacer en esos casos, para poder seguir en el diálogo (y lo mismo hago en mi práctica de yoga, por ejemplo), es interpretar a “dios” metafóricamente, a mi manera no-teística, y utilizarlo simbólicamente en mi discurso (“encontrar a dios en uno mismo, o en la naturaleza, buscar al gurú interior, etcétera, y de esa manera elaborar una crítica a la dependencia ciega en un gurú, o en una religión, etcétera”). Es curioso como los hindús citan al Bagavad Gita como una suerte de prueba científica para sus creencias, y lo consideran la base de todo conocimiento espiritual, cuando es una obra de carácter sobre todo devocional, parte de un poema épico-mitológico relativamente reciente. Es cierto lo que dice Naipaul: los indios no tienen sentido histórico.

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Pasé dos días enfermo: un dolor en la garganta, flemas, todos los síntomas de la gripe, y de pronto fiebre. Es la segunda vez que me pasa en menos de dos meses, y esta vez me tomé unos antibióticos y tan tan. La India realmente empuja mi sistema inmunológico al límite, lo pone en jaque. Estoy seguro que aquí en Varanasi tiene que ver con la cantidad de mierda que uno respira, y quiero decir mierda literalmente, y no sólo estiércol. El otro día, sentado en un ghat junto al Ganga interrumpí una sesión de pranayama porque al hacer inhalaciones profundas sentía como mis pulmones se llenaban de excremento humano.
Ay India.
Con las visitas repetidas a la India se desvanecen poco a poco los espejismos exóticos de la primera visita, y comienzo a ver las cosas realmente como son. La belleza visual es un fino velo que cubre miseria y podredumbre, de la misma manera que la aparente espiritualidad oculta ignorancia, intolerancia, racismo y violencia. Hoy en India el azafrán es el color del fascismo y el BJP y Shiv Sena (y organizaciones afines) sus agentes. El sadhu es un hombre santo que quema mezquitas: en lugar del trapo azafrán podría llevar la camisa negra.
India es un amasijo de exclusiones, de odios, donde las lealtades están limitadas a la familia, el clan, la secta, la casta, y todo el mundo está listo para apedrear o dar fuego a sus vecinos. Esa es la India que está ahí, debajo de la superficie, en las ciudades, en el campo, en todas partes, una realidad fraccionada y dividida por castas, por clases sociales, por razas, religiones, lenguas, regiones, fragmentada ad infinitum, y siempre a punto de estallar. No la India románticamente idealizada de los swamis o de los apóstoles del new age, sino la India sociedad feudal, país tercermundista armado de bombas atómicas y traidor, a todos los niveles, del principio gandhiano de la ahimsa, o no-violencia. Es la India de Arundhati Roy, de Satyajit Ray, de Naipaul y su “Millón de motines, ahora”. Una India cuya vida política y económica están regidas por la corrupción y por grupos mafiosos que utilizan la extorsión y la violencia como herramientas cotidianas de persuasión, y en donde los medios de comunicación callan por miedo o por interés, y el voto de las masas iletradas es manipulado por pequeños grupos de poder. La “espiritualidad”, en todo esto, no es más que un vehículo escapista, una bonita ilusión que permite al individuo sobrevivir en medio de la miseria y el caos. Una fuerte dosis de opio para el pueblo.

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