Friday, January 15, 2010

ET VOILÀ




Es nuestro último día en Rishikesh, y como siempre se mezclan sentimientos de nostalgia, al dejar un lugar hermoso, que nos gusta ya l que nos hemos habituado, y de nervios y tal vez el más ligero rastro de angustia por el viaje que nos espera, el cambio de escenografía, empacar, el rickshaw a Haridwar, las 18 horas de tren, la búsqueda de un nuevo hogar. Una cosa es viajar e solitario con la mochila al hombro, hop! et voilà! yn día aquí y otro allá, pero así en familia los traslados se convierten en pequeñas mudanzas y hay que enfrentarlas con estoicismo.
Son las 12 del día y estoy en un café que sobrevuela el Ganges, tomando un café. Acabo de volver del correo a donde fui a mandar un paquete de libros de yoga a México, y en unas horas tengo mi última clase con Govinda. Estoy pensando seriamente en volver a seguir estudiando con él a la primera oportunidad, quién sabe cuándo; me siento en gran forma y más que listo para hacer un salto cuántico: el hiper-espacio, el halcón milenario maltés. Me gusta el método Sivananda, muy shanti.
En la pensión en la que estamos, que lleva el nombre de Kamal, me encontré el Golden Notebook de Doris Lessing, y estoy leyéndolo con avidez. Es una novela seria como las que se escribían antes, y me recuerda mucho a Thomas Mann, a la montaña mágica. La Lessing es para mí un “descubrimiento” feliz que por alguna razón me reservé hasta ahora. Pedro la lee hace años, y tiene años recomendándomela. Me gusta su idea de los cuadernos, de los diarios divididos por temas (y colores, como el cuaderno gris de Plà), y me fascina el juego de disfrazar la autobiografía, de mezclar la realidad con la ficción, de la búsqueda de una literatura dolorosamente honesta, de la escritura como parto mental literario. Es la voz de una mujer, y todas las cosas tienen perspectivas ligera, y a veces radicalmente diferentes de las que tendrían en la voz de un hombre (vive la différence!) y me doy cuenta, haciendo memoria, que leo a pocas mujeres, por algún prejuicio quizás, por evadir la cursilería, o qué sé yo, aunque hay notables excepciones: Kitchen, de Banana Yoshimoto, no tiene nada de cursi; pero es japonesa, claro.
Hay en la perspectiva femenina una intuición más grande por las emociones (cliché!), y un entendimiento y atención más grandes en las relaciones humanas, las fragiles y complicadas redes que nos conectan y nos separan unos de otros, y que son una parte esencial de lo que somos. En la literatura escrita por los hombres que suelo leer, es cierto eso de que every man is an island, mientras que las mujeres nos recuerdan que somos archipiélagos.
El cuaderno negro, que habla de cosas prácticas: dinero, trabajo; el cuaderno rojo que habla de política, comunismo y desilusión, juventud y madurez; el cuaderno amarillo es ficción, notas para una novela (autobiográfica, claro); el último, el azul, es más personal, psicoanalítico, más libre en su forma. Esos cuatro cuadernos, más una novela llamada Free Women, que aparece intercalada, componen el “Golden Notebook”, una novela de una mujer que creció en África, que fue comunista, sobre una mujer comunista que vivió en África, que es escritora (está sufriendo writer’s-block), en cuyos diarios aparecen los esbozos de otra novela sobre otra escritora divorciada, cuya vieja amiga es comunista. Es una estructura genial, que le da a la autora (Doris) una enorme y fértil libertad.

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