Tuesday, January 26, 2010

EL RÍO DEL OLVIDO



"Per correr miglior acque alza le vele
omai la navicella del mio ingegno,
che lascia dietro a sé mar sì crudele;
e canterò di quel secondo regno
dove l'umano spirito si purga
e di salire al ciel diventa degno."
(Dante, Purgatorio, I)

Anoche tuvimos una pequeña reunión social, la primera en meses; fue en el techo del Mona Lisa Guesthouse, donde se está quedando mi amiga Ixchel, a quien conocí aquí mismo hace tres años y a la que me volví a encontrar por pura casualidad, caminando por Bengali Tola. Está aprendiendo a tocar el violín (hace tres años era tabla y sarangui), así que además de beber whisky con cola tocamos música: estaba Jake con su ukelele, Ale con la flauta, una chica española con unas tablas, Ixchel con su nuevo violín, y yo con mi trompeta, además de nuestro amigo indo-israelí Moran, que se la pasó cantando, de un ruso enorme y borracho de nombre Kiril, y de una japonesa darkie, Kaori, que no dijo ni pío, pero bebió igual que el ruso. Hacía un frío intenso pero entre el whisky y la música nos mantuvimos calientitos. Estamos tan deshabituados al alcohol que hoy amanecí con diarrea. Volvimos a casa a las doce, hora tardísima para esta ciudad (este país!) que se acuesta a las nueve.

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A la mañana siguiente, medio crudos, llevo a Ale a dar una vuelta por el barrio musulmán, por las callejuelas interminables del bazar que recuerdan a Marruecos, a Egipto, a Palestina, o, más reciente en mi memoria, a Irán y a Pakistán. En el horizonte estrecho se ve algún minarete y las escrituras están en urdu; todo es más limpio y más silencioso, y en una fondita con las clásicas fotos de la Meca nos comemos dos platos de birria de chivo con tortillas de harina y un chai con una buena cucharada de nata encima. Delicioso y baratísimo, menos de un dólar por todo. Pasear por el barrio musulmán es como salir un rato de la India (hindú). Por el camino de regreso pasamos por más y más callejones, sin más rumbo que una idea general de donde está el río, sin saber nunca realmente por donde vamos, pero si hacia adonde; y en cada esquina hay una sorpresa, alguna escena extraordinaria y cotidiana (extraordinaria para nosotros, cotidiana para ellos); artesanos que practican artes olvidadas en otras partes del mundo, casas que son establos, establos que son casas, templos en ruinas habitados por jaurías de perros, existencias que transitan haciendo círculos en el corazón de babel sin hacerse nunca demasiadas preguntas porqué cómo cuándo dónde adónde de dónde: las únicas respuestas las tiene el río, que se lleva todo. Y así de pronto al final de un callejón se abre el espacio y llegamos a orillas de Ganga, en el ghat de Ganesh, y comenzamos a caminar hacia el oeste hasta Manikarnika, el ghat funerario, tan lleno siempre de vida y de muerte. “No se escucha un solo llanto”, me dice Ale, mientras se están llevando a cabo simultáneamente una docena de funerales en distintas etapas del proceso: crudo, término-medio, o bien cocido. Todo alrededor hay pilas de leña para las piras y una actividad constante: gente bebiendo chai, otros bañandose en un río que parece sopa de verduras; hay vacas, búfalos, perros que buscan trozos de carne chamuscada entre las cenizas, cabras amarradas a palos enterrados en la tierra, y barqueros, entre los que se halla seguramente Caronte, buscando pasaje.

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