Saturday, March 6, 2010

OM



Ayer hicimos una excursión a la famosa Om Beach, una playa que debe su nombre a su forma geográfica y que he de decir es muy hermosa, con su roca negra volcánica, su península intermedia (el palito del om), su islita (el puntito), sus cocotales y sus cerros verdes. Hay unos chiringuitos para comer y cabañitas para dormir, pero no está exageradamente entregada al turismo. Pasamos el día ahí y por la tarde caminamos hasta la playa siguiente, Kudle Beach, y de ahí volvimos a Gokarna en lancha, para gran satisfacción de Bernardo, mientras que un sol impresionante se hundía en el mar.
Hoy, en cambio, me tomé la tarde “libre” y me vine a caminar solo, vestido con mi lunghi negro (de Ayappa) y mi collar de calaveras, o Kali mala. La soledad es una perla preciosa que hay que cultivar con tiempo y con cuidado, en el interior de nuestro ostión.
Hoy los pescadores de Gokarna, a los que estoy viendo desde un risco junto al templo de Rama, están practicando una pesca nueva para mí: hicieron una red larguísima compuesta de muchas redes unidas entre sí, y habiendo dejado un extremo en la playa, hicieron con el resto una gran media luna en el mar, jalándola con una lancha, hasta volver a la playa, a unos cien metros del punto inicial. Una vez hecho esto comenzaron a jalar las redes hacia tierra, entre seis o siete pescadores de cada lado. Método infalible, aunque poco rediticio a juzgar por la cantidad de pescado obtenida (pescado que en estos instantes, y por pocos más todavía, sigue siendo pez que salta y se contorsiona, reflejos brillantes de luz en busca de agua, muda incomprensión enfrentándose a la muerte por asfixia). Una buena parte de las víctikmas terminan en el pequeñísimo “fish market” que se pone todos los días a orillas de un camino polvoriento y que consiste en unas personas, sobre todo mujeres, en cuclillas, con sus cestas llenas de peces, rayas, cazones y camarones. Un día de estos hemos de hacer una buena fogata y una buena comilona.
Dejo atrás a los pescadores con sus labores, y camino por los riscos siguiendo la costa entre rocas afiladas, por donde no pasamos ya más que los que tenemos el pie ágil y firme de las cabras. El mar golpea con insistencia las rocas y millones de cangrejos siguen con determinación el ritmo del baile impuesto por las olas. Sobre mi cabeza dos águilas de cuello blanco hacen círculos en busca de alguna presa, o por otro motivo que desconozco. En el agua, delfines. Mar, cielo, rocas, y unas pocas criaturas vivas en un escenario demasiado grande.




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