Thursday, March 25, 2010

AND OFF WE GO...


Este viaje está a punto de terminar. Hoy dejo esta isla con su curiosa composición étnica formada por musulmanes, gitanos de mar, y chinos thai que profesan la mezcla antigua de taoísmo y confusionismo, pero cuyo grupo más notorio son los suecos, que comprenden la casi totalidad de la presencia extranjera (alguien mencionó 80%), que en temporada turística es mayoritaria a la local. Tienen productos suecos en las tiendas, desayunos suecos en los restaurantes, periódicos suecos y hasta dos escuelas avaladas por el gobierno sueco para que las familias vengan a pasar el invierno y los niños no pierdan clases. Curioso ejemplo de globalización.
Pero dejo atrás a todos estos musulmanes suecos taoístas y me voy con los gitanos, a seguir mi camino, y después de un par de horas de viaje en colectivo, incluidos los dos transbordadores que unen a la isla con la tierra firme, llego hasta la polvorienta y caliente estación de autobuses de Krabi con suficiente tiempo para comer el arroz frito con verduras número mil. El autobús para Bangkok sale a las 17:20, y serán doce horas de sana diversión. Estoy empezando a estar harto de tanto movimiento.

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El autobús nos dejó en la estación a la horrenda hora de las cuatro de la mañana, como cuando llegué a Teherán. Parece que lo hacen a propósito porque tomé el autobús que salía más tarde con la esperanza de llegar con luz. Sin despertar del todo arrastré mi mochila y mi esqueleto hasta la banca más cercana y me regalé dos horas de sueño más, en lo que la ciudad despertaba. Luego tomé el 511 hasta Banglamphu y volví al Riverside, que me ha hospedado ya tres veces. Me gustan las grandes urbes temprano por la mañana, antes de ser avasalladas por el calor, la gente y el tráfico.
Es mi último día en Bangkok, mi último día en este curioso país, dictadura militar alegre, monarquía budista de rey bizco, palacio de la pureza y de la perdición, todo al mejor postor. Sistema económico, político y social que podríamos llamar Dictadura Tropical Monárquico-Liberista. Hago mis últimos trapicheos en Khao San Road: en una librería de segunda mano cambio mi inútil guía de Tailandia (la Lonely Planet sirve hoy en día sobre todo para saber donde NO hospedarse) por dos libros que prometen, uno de Roald Dahl, mi noruego-inglés favorito, y otro del finlandés-finlandés Arto Paasilinna. Aparte de eso el día es una larga siesta, batidos de mango de Manila, un café helado a la sombra de los árboles, junto al río. Estoy leyendo, a cuenta gotas, para que no se acabe nunca, “L’usage du monde”, de Nicolas Bouvier, quien hizo casi el mismo viaje que yo, de Europa a India, pero cincuenta años atrás, con su amigo Thierry, y a bordo de una Citroën. Camino, como el mío, moldeado por las circunstancias geo-políticas, a la vez tan similar y tan profundamente distinto. El tiempo es siempre, ineluctablemente, el principal factor del cambio. Bouvier habla con misterio de una Armenia que no pudo visitar y que estaba a tan solo ochenta kilómetros de distancia, detrás de una cortina donde el camarada Stalin, moribundo y paranoico, gobernaba aún con puño de hierro; y habla también de una Tabriz feliz que bebe dulce vino blanco sin la mirada severa de los mullahs, un Irán anterior a la revolución islámica, y más importante aún, anterior al boom petrolero, y que yo puedo entrever tan solo con los ojos de la imaginación. Dos artistas vagabundos, el escritor y el pintor, ambos, como todo buen artista, un poco músicos también (guitarra y acordeón que son sus armas secretas, sus tarjetas de presentación, sobre todo en casos en los que no hay más lenguaje común. “La música nos protege”, Stefano dixit.), moviéndose en una dirección, pero sin programa fijo. Me hubiera gustado leer ese libro antes, o durante mi travesía, mientras estaba en Irán, quizás, pero luego pienso que su lectura hubiera podido influenciar mi camino, condicionar inconcientemente mis pasos, o mis pensamientos. Mejor así, dialogar con ellos después del viaje, como viajeros que se encuentran en una taberna y que, inspirados por una botella de vino (o de vodka armenio), se cuentan sus historias. Historias que regadas por el vino, y por el tiempo, crecen, reverdecen y dan frutos que uno no se esperaba. Historias hechas de memoria, de realidad, de ficción y de poesía. Y ya que estoy celebrando a mi compañero de viaje Nicolas Bouvier (1929-1998), quiero recordar también a V.S. Naipaul y a Orhan Pamuk, mis dos extraordinarios guías que me ayudaron, como auténticos Virgilios, a atravesar Asia central, a estar, simplemente, “entre creyentes”, y a entender cada vez más el mosaico barroco que es la India. Como dijera Isaac Newton.

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10.03.10

Por la mañana todo Khao San Road tiene ese olor acedo de un bar que vuelve a abrir sus puertas después de una noche de sudor, tabaco y alcohol. La gente, thais y farangs por igual, se pasea como zombies, con ojeras y caras de crudos. Algunos beben red-bull, y los más cerveza. Yo lo único que quiero es un full English breakfast: mi mochila está hecha y tengo unas horas que matar antes de dirigirme al aeropuerto.

and off we go…

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