Sunday, September 13, 2009

WELCOME TO INDIA!


INDIA
Estoy en la frontera, del lado indio, en un lugar llamado Attari. Estoy aquí varado, en pura solidaridad, porque a Xavier, un chico de Hong Kong que conocí en Lahore y que viene conmigo, no lo quieren dejar entrar por causa de uno de esos curiosos recovecos que tiene el castillo de Kafka: los chinos, según nos explican, no pueden cruzar a pie, tienen que hacerlo en autobús o en tren, y el próximo autobús pasa mañana. Estamos jugando la carta de que Hong Kong no es China, pero no cuela.
En Lahore nos despedimos de la gente del hostal (el mítico “Yes is no”), de los amigos viajeros, de Imzan, el policía de tránsito, y finalmente de Niamat, el rickshaw wallah que nos trajo hasta Wagah, que es el nombre de la frontera del lado Pakistaní.
Aquí en Wagah-Attari se lleva a cabo la curiosa ceremonia del cierre de frontera y del asta bandera en la que India y Pakistán celebran su nacionalismo y su rivalidad, uno frente a otro, pero con público. Es una ceremonia que es una comedia loca, probablemente involuntaria, aunque con un gran contenido satírico y surrealista à la Monty Python, y los soldados que la llevan a cabo dignos representantes del Ministry of Silly Walks.
Al pobre de Xavier lo devolvieron de verdad, y tendrá que volver mañana. Qué cosa absurda las fronteras, especialmente aquéllas que no existían sino hasta hace poco.
Pero yo aquí estoy finalmente, ahora sí, en Amritsar, y no puede haber un mejor lugar para entrar en la India que este, tierra y capital de los sikhs, que hartos de tanta tontería entre hindús y musulmanes, intentaron crear una religión nueva, diseñada para limar asperezas, tomar lo bueno de cada una de las dos, y quitarles lo malo.
“There is no hindu, there is no muslim”, declaró el gurú Nanak, fundador del sikhismo, y realizó el difícil acto de malabarismo teológico. Del islam tomó la idea de la hermandad, aboliendo las castas, pero extendiéndola también a las mujeres (“A brotherhood-sisterhood”, pedía John Lennon); del hinduísmo su naturaleza incluyente, abierta, y tantas cosas más. Y uno se siente “incluído”, absolutamente bienvenido en el templo dorado, en el que es recibido como un peregrino, con una cama y con comida. Lo único que hay que hacer es cubrirse la cabeza y quitarse los zapatos, cosa que hago con gusto.
La arquitectura del templo es, como las ideas de los sikhs, una mezcla de hinduísmo e islam, y si en los pabellones exteriores hay dos enormes minaretes, el corazón de todo el complejo, el templo dorado, o Hari Mandir Sahib, está en una isla en medio del Amrit Sarovar, o lago de néctar (divino, claro), que da nombre a la ciudad.
La mirada de los sikhs, entre la barba y el turbante, es clara y severa, y su trato es amigable y acogedor.
Ha sido un día larguísimo, y después de la cena colectiva de lentejas con chapati y arroz con leche, estoy listo para una buena noche de sueño.

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